miércoles, 9 de abril de 2008

El modelo de especialización flexible propuesto por Piore y Sabel

El modelo “fordista” de crecimiento, que había logrado niveles crecientes y sostenidos de productividad a partir de la crisis de los años '30, a fines de los años '60 comenzó a experimentar un proceso de estancamiento que –poco después– se tradujo en una clara tendencia a la disminución de los niveles alcanzados hasta entonces. Esto obligó (algunos años más tarde) a debatir e interpretar las razones y determinantes de esta crisis que cuestionaba la lógica empresarial del modelo de producción hegemónico, además de valorar los procesos de readaptación empresarial que –en muchos casos espontáneamente– se habían producido en esos años.

El modelo de producción fordista se sostenía en la existencia de un mercado de masas y la disminución de los costos mediante economías de escala, encontrando en la línea de producción la respuesta tecnológica a esos principios que lo sustentaban. La crisis del modelo implicaba cuestionar la producción de bienes masivos y estandarizados, el uso de maquinarias que tenían un destino determinado, una competencia basada en los precios y las ventajas de las economías de escala, la permanencia de una mano de obra especializada, la presencia de sindicatos fuertes, una estructura empresarial conformada (particularmente en la provisión de insumos y organización del trabajo) para asegurar que la actividad industrial no se detuviera, etc.

En otros términos, se planteaba entonces la necesidad de formalizar un nuevo paradigma que armonizara la producción y el consumo, tomando como referencia las experiencias fallidas y exitosas que se vislumbraban en diferentes distritos industriales y rubros de la economía, dando lugar a lo que se dio en llamar el “postfordismo”.
En su obra pionera “La Segunda Ruptura Industrial” (Alianza, Madrid. 1990) de mediados de los años '80, Michael Piore y Charles Sabel analizan las estrategias microreguladoras que ensayaron las empresas “por sus propios medios y en sus propios mercados”, para enfrentar el desempleo y estancamiento, buscando recuperar los niveles de productividad perdidos. Las distintas estrategias de estas empresas, sus fracasos y logros, son el recurso “material” del cual parten los autores para formular su propuesta de un nuevo paradigma productivo industrial.

Una de las experiencias que analizan es la “conformación de conglomerados” mediante los cuales las grandes empresas buscaban minimizar sus riesgos, diversificándose en otros mercados, tanto fundando nuevas filiales como fusionándose con otras empresas. La estrategia, que alcanzó su mayor difusión entre los años '60 y '70, tenía como limitación el hecho de que los riesgos que se pretendían minimizar mediante la diversificación, no se distribuían aleatoriamente en los mercados, sino que eran el resultado de condiciones que afectaban a toda la economía por igual. Esto hacía que la incertidumbre de los distintos mercados no se contrarrestaran, sino que –por el contrario– se acumularan, situación que terminó por desalentar la conformación de conglomerados en un mayor número de empresas.

La “multinacionalización” fue otra de las estrategias adoptadas por las grandes empresas para “aislar sus mercados de las perturbaciones macroeconómicas” (Piore, M y Sabel, C.- op. cit. Cap. 8, pág.: 282). La idea en este caso era ampliar el mercado, produciendo bienes que se pudieran vender en muchos mercados nacionales, asegurando de esta manera el desarrollo de una economía de escala. El ejemplo clásico de multinacionalización es el de las empresas de automóviles y la estrategia de la industria norteamericana de desarrollar –con pequeñas modificaciones según los mercados– un “automóvil mundial”; se pasaba así de la producción en serie a escala nacional a una multinacional, lo que permitía reducir los costos de producción.
Esta práctica, también seguida –entre otras– por industrias siderúrgicas francesas y japonesas, hacía que las grandes empresas trasladaran parte de sus operaciones a otros lugares del mundo en vías de desarrollo. La medida reportaba mayor rentabilidad cuando lo que se producía fuera de los países de origen requería principalmente de mano de obra intensiva, y podía aprovecharse la ventaja que significaban los bajos costos laborales de los países en vías de desarrollo. De esta manera, también se adaptaban las grandes empresas a las políticas de desarrollo industrial por sustitución de importaciones que se implementaba en estos países emergentes.

Sin embargo, este sistema de producción multinacional escondía costos de gran incidencia en su desarrollo que impidieron su difusión y sostenimiento. Estos costos se relacionan con la dispersión de la producción, la necesidad de contar con grandes existencias de insumos y –asociado a ello– la dificultad para poder realizar en tiempo y forma su control de calidad, los inconvenientes para poder consolidar el mercado en torno a un diseño estándar, las fluctuaciones cambiarias, etc.

Siguiendo con este análisis de diferentes experiencias industriales, los autores destacan en particular los “resultados alentadores alcanzados principalmente por empresas pequeñas y nuevas”, las que “… aprendieron de alguna manera a soportar las olas de incertidumbre del mercado que rompía contra ellas” (Piore, M y Sabel, C.- op. cit. Cap. 8, pág.: 279). Estos logros, que parecían muchas veces producto del azar, vistos en conjunto presentaban “principios organizativos comunes” que pasaron a constituir estrategias válidas para lograr el crecimiento sostenido de las empresas involucradas.

Localizadas en distintos distritos de EEUU, Alemania, Japón e Italia, y vinculadas a diferentes rubros de la producción, las empresas analizadas presentaban características organizativas y tecnológicas definidas que permitieron a estos autores formular su propuesta de “especialización flexible”, como una estrategia apropiada para superar la crisis que representaba la reducción progresiva del mercado de bienes estandarizados.
Mediante el análisis pormenorizado de los cambios tecnológicos y organizativos producidos en industrias de bienes diversos, que van desde los ordenadores y artículos del hogar hasta la producción de máquinas herramientas, aceros y químicos, pasando por los textiles, los autores aportan experiencias diversas que permitieron a regiones enteras escapar del estancamiento generado por la caducidad de la producción en serie.

Algunas de estas experiencias exitosas eran simples de explicar, principalmente en aquellos casos de países más atrasados, en los cuales la conjunción de bajos salarios y escasa conflictividad de la mano de obra representaron ventajas comparativas que les permitieron competir e insertarse en los mercados de masa. Otra fue la situación y experiencia producida en las regiones industriales maduras.

La producción en serie siempre necesitó de la existencia de sectores de producción artesanal, que atendían segmentos muy pequeños e inestables del mercado; esta producción suministraba bienes (de lujo, experimentales, especializados) de demanda muy volatil como para ser rentables en el caso de la producción en serie. La producción artesanal constituía una categoría residual acerca de la cual se pensaba que era imposible aumentar su productividad por encima de determinados niveles.

Las recesiones económicas que se produjeron de manera periódica, le fueron otorgando un mayor espacio a este sector, más flexible y en mejores condiciones de adaptarse a la demanda de mercados cambiantes o de entrar a los nuevos mercados que se abrían.

De esta manera, y determinada por la demanda del mercado, la tendencia hacia una mayor flexibilidad productiva fue creando condiciones que favorecieron el crecimiento de este tipo de empresas y, con ello, alentando el desarrollo de nuevas tecnologías de mayor complejidad y productividad, que permitían rediseñar rápidamente los productos y los métodos con costos cada vez más competitivos. De esta manera, “las pequeñas empresas comenzaban a formar redes que se expandían a expensas de las empresas integradas” y “(…) la innovación tecnológica, la constante reordenación de las subcontrataciones y la búsqueda de nuevos productos se convirtieron en elementos estructuradores de una economía regional muy elástica” (Piore, M y Sabel, C.- op. cit. Cap. 8, pág.: 307 y 308).

Este cambio en la organización de la producción industrial impactó también -como era de esperar- en la mano de obra. La necesidad de modificar rápidamente productos y modos de producir, mejorar los niveles de calidad y manipular equipos de producción más sofisticados (por ejemplo, máquinas controladas numéricamente por ordenadores), determinaron la necesidad de rediseñar la capacitación de los trabajadores. La utilización de equipos más flexibles exigía disponer de mano de obra más flexible, menos especializada.

La dinámica tecnológica permitió repensar esta estrategia; lo que aparecía concebido como respuesta a las condiciones del mercado, pasó a constituir una estrategia que posibilitaba la expansión industrial. Se comenzaba a prefigurar un nuevo paradigma que trastocaba el modelo imperante hasta entonces: los sectores dominantes (producción en serie) pasaban a subordinarse, y los subordinados (producción artesanal) pasaban a ser dominantes.

A grandes rasgos, estas son las características que identifican los autores en las empresas analizadas como respuestas organizativas y tecnológicas a las nuevas condiciones que les plantea el mercado. La propuesta de una especialización flexible como nuevo paradigma industrial, no es otra cosa que la articulación y formalización de estas estrategias empresariales.

Comentario final

Creo que inicialmente vale preguntarse si los distritos industriales utilizados como base empírica para la formulación de la propuesta, aseguraban un nivel de generalidad suficiente como para formular un paradigma de validez universal.

Por otra parte, desde la perspectiva que ofrece la especialización flexible, el trabajo humano se concretaría a partir de entonces principalmente en pequeñas y medianas empresas (PyMes) de gran adaptabilidad a las condiciones cambiantes del mercado; hoy la realidad nos muestra que estas empresas funcionan mayoritariamente como contratistas de las empresas grandes, y su personal obtiene salarios menores que los correspondientes a los que perciben los obreros de estas empresas matrices.

En realidad, Piore y Sabel no demostraron que las grandes empresas estuvieran en decadencia y la producción en masa fuera a desaparecer, sino que esto último constituía una premisa de su propuesta. Ya desde su formulación, los autores reconocían la posibilidad de que las nuevas tecnologías generarán una primera fase de competencia, para posteriormente retornar “(…) a una nueva fase oligopolística dominada por la gran dimensión” (Cocco, G. y Vercellone Maldeojo, C. “Los paradigmas sociales del Posfordismo”. En: