martes, 30 de septiembre de 2008

LA PERSPECTIVA TERRITORIAL: EL DESARROLLO “A MEDIDA” DE LAS POSIBILIDADES


Las limitaciones manifiestas del mercado para constituirse en el factor excluyente del desarrollo y el éxito alcanzado por las experiencias que – por iniciativa propia – se implementaron en diferentes regiones europeas, permitieron establecer un nuevo paradigma para el análisis y la instrumentación de las políticas de desarrollo económico. Así como en su momento prescribieron aquellas percepciones que ponían en el centro de la atención a los empresarios y sus capacidad para constituirse en los promotores de los procesos de innovación y desarrollo, era ahora el mercado quien debía ceder espacio frente la realidad que exponían estas experiencias concretas de desarrollo regional.

De esta manera, mediante prácticas innovativas que partían del aprovechamiento de recursos sociales, económicos, culturales e institucionales endógenos, se pudo dar respuesta a las carencias generadas por el modelo establecido hasta entonces y, a partir de estas experiencias, muchas veces recuperando enfoques de antigua tradición en las políticas de desarrollo, formalizar teóricamente lo que se dio en llamar la “estrategia del desarrollo territorial” o, alternativamente, las “políticas de desarrollo local“.

() el enfoque del desarrollo económico local viene a destacar fundamentalmente los valores territoriales de identidad, diversidad y flexibilidad en las formas de producción, no basadas tan solo en la gran industria, sino en las características generales y locales de un territorio determinado”. Se corregía de esta manera la simplificación realizada por aquellos planteos teóricos que reducían el análisis del desarrollo al estudio de la empresa o el sector económico de manera abstracta, desvinculados de su entorno territorial (Alburquerque, F. 2004: 158).

Si pensamos al desarrollo como “un proceso de expansión de las libertades reales que disfrutan los individuos” (Amartya Sen), entendidas estas libertades como las posibilidades de optar que tienen las personas, al Desarrollo Local (i) se lo puede pensar como “la aplicación del concepto de desarrollo planteado por Sen a un determinado territorio” (Formichella, M. 2005: 5).

Es importante destacar que la irrupción de un modelo de desarrollo localizado se vio favorecido por la descentralización de la producción (segmentación productiva, e “industria global” (ii)) que adoptó el capitalismo como respuesta a la crisis del modelo de producción fordista, mediante la cual alcanzan protagonismo las pequeñas empresas y adquieren significación las características del entorno territorial en el cual las mismas se desenvuelven. También, hay que decirlo, esta perspectiva era percibida por muchos como una respuesta al modelo globalizador y a las consecuencias indeseables (desocupación, exclusión, desigualdad) que esta “modernidad” avasallante trajo consigo.

De esta manera, “el territorio se visualizaba como el espacio en el cual se producen los procesos de desarrollo y pasan a ser factores de interés cuestiones como los recursos materiales y humanos que se disponen, la historia, la sociedad, los valores y el conocimiento. El desarrollo, como dice Boisier, es necesariamente local, es decir, territorial” (de León, O. 2006: 3).

Queda claro entonces que, al hablar de territorio (iii), “no se está teniendo en cuenta sólo un determinado sitio geográfico, sino también una forma de vida determinada, una cultura establecida, una realidad social y económica específica y un medio ambiente definido, con ciertos recursos naturales y ciertas potencialidades productivas” (Formichella, M. 2005: 7).

Desde esta perspectiva, y con la participación de actores locales, se logran alcanzar objetivos de crecimiento bajo condiciones que al menos atenúen los costos que impone el modelo capitalista; esto es, poder consensuar niveles de innovación y desarrollo adecuados a las condiciones de competencia que impone el mercado, sin desatender a los ciudadanos y sus necesidades básicas, el uso responsable de los recursos naturales, la inclusión de los diferentes sectores sociales, etc., cumpliendo de esta manera con aquellas obligaciones impostergables del Estado en las sociedades democráticas.

Todo esto es posible en propuestas de desarrollo que parten de los propios actores, “el desarrollo, además de territorial y endógeno, es autodesarrollo” (de León, O. 2006: 19). Además, por tratarse de un desarrollo promovido fundamentalmente a partir de “lo propio”, resulta importante que existan actividades de innovación en el ámbito del territorio, dado que las mismas aumentan las capacidades y oportunidades de los individuos, favoreciendo los procesos de desarrollo.

Se puede comprender con lo señalado hasta aquí que esta nueva perspectiva es estructural o sistémica, porque supone la cooperación de los actores y el logro de acuerdos entre sectores que muchas veces sostienen intereses distintos. Exige “procesar” todas las relaciones de interdependencia que existen en el territorio, poniendo atención (simultáneamente, no de manera aislada) en aquellos factores significativos para la creación de entornos innovadores; “no compite la empresa aislada, sino la red y el territorio” (Alburquerque, F. 2004: 158).

“El éxito de las estrategias territoriales dependerá en gran medida de la capacidad de innovación sistémica de las sociedades implicadas”; adquiriendo así relevancia no sólo la dimensión económica, sino también la política y la cultural. “Se debe atender una dimensión social de la innovación” (de León, O. 2008:1).

Por encima de aquellas políticas de desarrollo que “bajan” del gobierno a la comunidad (innovaciones restringidas), son las iniciativas que surgen desde la propia comunidad (genuinas (iv)), respondiendo a la atención de necesidades “sentidas” por los diferentes sectores sociales, las que ofrecen mayor interés de análisis a la hora de buscar patrones en la construcción de un modelo de desarrollo territorial. Aún así, el sector público desempeña un rol determinante en la implementación de políticas de desarrollo exitosas, favoreciendo e impulsando aquellas ideas que surgen de la comunidad, manteniendo la cohesión social, creando o adecuando las instituciones existentes a las necesidades que surgen de los proyectos, etc.

Los factores – tangibles e intangibles – privilegiados en el análisis sistémico por su influencia en el éxito de los procesos de desarrollo territorial, no se han ido presentando de igual manera en la, cada vez más extensa, casuística que abona esta teoría. “En el amplio abanico de casos, encontramos regiones con situaciones muy diferentes que requerían combinaciones distintas de instrumentos y acaso la creación de otros nuevos que surjan de la especificidad del proyecto” (…) “Diferentes territorios, con diferentes niveles de desarrollo, deben reconocer distintos caminos” (de León, O. 2006:15 y 16).

En esta perspectiva las propuestas estandarizadas están condenadas al fracaso, el modelo exige establecer políticas de desarrollo que surjan de evaluar (a la medida de) las oportunidades y limitaciones económicas, sociales, institucionales, ambientales y políticas de cada región en particular.

Ahora bien, aún cuando en cada caso se pueden observar características distintivas que impiden formular modelos universales, existen elementos comunes que juegan un papel esencial en las experiencias de desarrollo territorial analizadas, los cuales deben ser considerados de manera integrada a la hora de definir proyectos. Merecen destacarse el nivel de acumulación, el patrimonio tecnológico, la financiación, el acervo de conocimientos, la inserción externa del desarrollo territorial, la capacidad en la toma de decisiones, la cohesión social y los elementos identitarios.

Estos factores (tangibles e intangibles), junto a otros aspectos como la estructura productiva e infraestructura disponible, la disponibilidad tecnológica y la descentralización política y administrativa, conforman el “entorno territorial” (milieu) que facilita o dificulta el proceso de desarrollo y el surgimiento de la innovación. “El éxito de las estrategias territoriales dependerá en gran medida de la capacidad de innovación sistémica de las sociedades implicadas” (de León, O. 2008:1).

Lo estimulante de esta concepción del desarrollo es que, mediante la misma, se devuelve a los agentes e instituciones locales el protagonismo en el proceso de transformación de sus realidades; el proyecto de desarrollo de la sociedad no debe quedar necesariamente expuesto a las condiciones establecidas por las economías globalizadas, esto es la voluntad de las grandes empresas que priorizan maximizar sus ganancias por encima de los intereses generales de la sociedad. Desde esta perspectiva, “aún queda espacio para generar condiciones de desarrollo de una producción a pequeña escala que tenga como destinatarios finales de sus beneficios a la población local” (de León, O. 2006:15).

Simultáneamente, se debe asumir la “dificultad” – intrínseca en proyectos de estas características – de lograr en cada caso particular, propuestas consensuadas que contemplen los factores estructurales existentes, para poder definir políticas y estrategias apropiadas a las condiciones institucionales, económicas, sociales y ambientales de la región.

La tarea es compleja, y exige el desarrollo de instrumentos adecuados, entre las cuales la producción de información política, económica y social sobre el territorio adquiere relevancia. Además, se deben crear y promover instancias (espacios) que permitan vincular las diferentes instituciones, así como a éstas y los diversos grupos sociales que actúan en la comunidad, buscando identificar y fortalecer aquellos () intersticios en los que articular experiencias propias. Cuando menor sea el nivel de desarrollo, más complejo y largo será el proceso, pero presentará más opciones de incidir en la calidad de los alcances” (de León, O. 2006:15).

Iniciativas de estas características, que para algunos autores ocurrieron por generación espontánea, permitieron establecer nuevas formas de elaborar e implementar políticas de desarrollo que resultaron exitosas en regiones consideradas periféricas en la “nueva división internacional del trabajo” (NDIT) (v) establecida por el sistema capitalista mundial.

En el caso particular de América Latina, también esto fue posible a pesar de las condiciones iniciales desfavorables de la cual partieron un número importante de experiencias de desarrollo implementadas desde esta perspectiva.

La Experiencia de América Latina

A comienzos de los `80, gran parte de los países de la región habían recuperado la posibilidad de poder expresarse electoralmente y elegir sus gobernantes, pero – al mismo tiempo – se encontraban viviendo una depresión económica de tal magnitud que llevaron a reconocer esos años ochenta como “la década perdida” en América Latina(vi). También se producía en esos años un crecimiento de la deuda externa de tal magnitud que los márgenes de maniobra en materia de política económica se redujeron de manera determinante.

Es también en esos años cuando se produce una ofensiva contra el modelo de Estado de Bienestar, particularmente desde aquellos sectores que promovían los principios del libre mercado, en oposición a la participación estatal en los medios de producción, las medidas de regulación económica y la implementación de programas sociales, acusados – estos últimos – de ser los causantes del déficit fiscal.

Como resultado de este proceso, a fines de esa década se imponían políticamente aquellas posturas que proponían reducir a la mínima expresión el modelo de desarrollo basado en el fortalecimiento de la industria nacional, la creación de un mercado interno de bienes industriales y la presencia del Estado adoptando medidas para regular la economía e intervenir en los medios de producción. El paquete de medidas adoptadas conformaba – en líneas generales – el modelo establecido por el Consenso de Washington (vii) o de Globalización para Países Emergentes.

En este contexto, la plasticidad del modelo de Desarrollo Territorial junto a las ideas de valorizar el territorio y otorgar un mayor protagonismo a los agentes y políticas locales que el mismo sustentaba, encontraron en América Latina un campo propicio para su rápida difusión, la que se concretó en el campo intelectual gracias a la tarea desarrollada por expertos, investigadores, consultores, docentes, etc., y fue impulsada financieramente por diversas instituciones internacionales, entre las cuales el BID desempeñó un papel trascendente.

Es necesario destacar que los factores tangibles e intangibles señalados previamente como esenciales a la hora de implementar proyectos de desarrollo territorial, presentaron diferencias importantes (mayoritariamente por defecto) en muchas regiones latinoamericanas, respecto a las que pudieron observarse en las diferentes experiencias europeas. La enorme diversidad de situaciones registrada en América Latina junto a la necesidad de revisar lo actuado y construir instrumentos de desarrollo adaptados a las condiciones particulares de las sociedades de destino, resultó un aporte de gran importancia en el proceso de producir y/o enriquecer las teorías que sustentan este nuevo modelo de desarrollo.

A pesar de las condiciones iniciales más restringidas en la búsqueda de mejorar sus condiciones económicas, sociales y ambientales, las sociedades latinoamericanas mostraron una gran capacidad de innovación genuina, llevando adelante iniciativas con gran participación social, las cuales muchas veces se proyectaron aún por encima de las posibilidades materiales e institucionales existentes. Son numerosos los ejemplos que avalan esta afirmación.

Consideraciones Finales

La transformación del Estado de Bienestar es un proceso irreversible y aceptar las carencias que este presenta para administrar las contradicciones políticas, sociales y económicas que se plantean en las naciones capitalistas a partir de la globalización, sitúa la atención del problema de manera apropiada.

Al mismo tiempo, se debe reconocer que no se visualizan claramente cuales son las transformaciones necesarias para adecuar las funciones del Estado al modelo de sociedad que plantea un desarrollo globalizado y las demandas que de él se derivan.

Las alternativas de libre mercado que se impulsan desde los grupos capitalistas y las respuestas “neopopulistas” ejerciendo una defensa a ultranza de las conquistas sociales logradas en las épocas de bonanza del Estado de Bienestar, aparecen como acciones y reacciones sectoriales que no resuelven los problemas de fondo e incluso profundizan las desigualdades sociales ha niveles intolerables de contener políticamente en sociedades democráticas (En: Vaca Avila, P.-Simonetti E. 2008. Inédito).

En las actuales circunstancias, el modelo que se impone es territorial, participativo, concertado y descentralizado, en el cual toman fuerza aquellos procesos de “democratización donde el individuo y la comunidad recuperan el papel protagónico que le corresponde en la decisión de su destino” (SIMOSE. 2008.: 1).

Se plantea así la necesidad de establecer estrategias de crecimiento que permitan dinamizar la participación de aquellos sectores sociales que exponen menores niveles de desarrollo relativo, con el objetivo de restablecer condiciones de mayor equidad social y económica.

Para ello, se deberán revisar las tendencias centralizadoras y excluyentes que han predominado en los enfoques tradicionales del “desarrollo nacional”, reivindicando el ámbito local como un espacio concreto de participación social. Resulta prioritario recuperar la dimensión territorial como unidad de análisis, planificación y acción, desde la cual se podrán generar mejores oportunidades de alcanzar un desarrollo que armonice las posibilidades de los distintos sectores de la comunidad de acceder a los beneficios que se obtienen mediante un aprovechamiento equilibrado de los recursos disponibles.

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(i) “Alburquerque definió al Desarrollo Local como el proceso que mejora la calidad de vida, superando las dificultades por medio de la actuación de diferentes agentes socioeconómicos locales (públicos y privados), con recursos endógenos y fomentando el aumento de capacidades” (Formichella, M. 2005.: 6 ).
(ii) Proceso en el cual las grandes y medianas empresas concentran su actividad donde tienen mayores posibilidades de agregar más valor (innovar), y terciarizan aquellas actividades que no resultan centrales para su desenvolvimiento. Esta especialización de la producción da lugar a una creciente integración productiva a escala mundial (la “fábrica mundial”), conformando de esta manera lo que se conoce como la “nueva división internacional del trabajo”.
(iii) “Es importante destacar que la noción de territorio se puede referir a una localidad, a una región o una sub -región, ya que los límites varían en función de la percepción de los actores sociales” (Formichella, M. 2005: 27).
(iv) La innovación genuina es un emergente social que surge desde los actores como una síntesis entre sus condiciones estructurales específicas y su cultura (valores y conocimientos). En: de León, O. 2008: 9.
(v) Ver: Martínez, Javier (2000). “Globalización y fábrica mundial”, en Arriola y Guerrero (eds). Cap. 11, Págs.: 251-269.
(vi) También se utilizó la expresión al designar en Gran Bretaña al período de la postguerra (1945-1955) y para describir los diez años que siguieron al colapso económico japonés, en la década de 1990.
(vii) El término fue acuñado por John Williamson, del Instituto de Economía Internacional con sede en esa capital, en relación a los acuerdos logrados en una reunión convocada en 1989 por su Instituto y a la que asistieron representantes de 10 países de la región, con el objetivo de diseñar las reformas necesarias para sacar a la América Latina de la crisis de la deuda externa y recuperar el crecimiento que la región no tuvo en la “década perdida” de los años ochenta.
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Bibliografía

Alburquerque, Francisco (2004). “Desarrollo económico local y descentralización en América Latina”, Revista de la CEPAL, Nº 82.

Formichella, María M. (2005). “La Evolución del concepto de Innovación y su Relación con el Desarrollo”. Monografía realizada en el marco de la Beca de Iniciación del INTA: “Gestión del emprendimiento y la innovación” Director de Beca: Ing. José Ignacio Massigoge. Estación Experimental Agropecuaria Integrada Barrow (Convenio MAAyP-INTA). Tres Arroyos, Argentina.

León, Omar (2008). “Innovación en Europa y América Latina: aprendizajes de ida y vuelta”. Universidad Complutense de Madrid. Madrid, España.
En: http://innovacionydesarrollo.blogspot.com/.

León, Omar (2006). “Estrategias de desarrollo territorial en América Latina: entre la imitación y la innovación social”, en Vergara, P. y Alburquerque, F. (coords.): Desarrollo económico territorial. Respuesta sistémica a los desafíos del empleo, DETE-ALC/OIT, Fortaleza (Br.).

León, Omar (2003). “Innovación, competitividad y desarrollo: una perspectiva territorial de la economía española”. Artículo aparecido en Revista del Instituto de Estudios Económicos, Nº 2 y 3.

Martínez, Javier (2000). “Globalización y fábrica mundial”, en Arriola y Guerrero (eds).

Sistema de Información y Monitoreo Social y Económico – SIMOSE (2008). “Capacitación de Capacitadores en Desarrollo Local y Fortalecimiento Municipal”. Inédito. Gobierno de la Provincia de Misiones. Misiones, Argentina.

De Vaca Avila, P. - Simonetti. E. (2008). “Las Propuestas de Reforma Ante las Crisis del Estado de Bienestar”. Segundo Informe para la materia Economía, Política y Cultura del doctorado Economía Política y Social en el Marco de la Globalización (UCM). Inédito.