jueves, 11 de diciembre de 2008

Innovación y participación

Del texto de Eduardo se rescatan aspectos clave sobre el desarrollo territorial. Pienso que lo sustancial del aprendizaje que venimos experimentando desde que comenzó este curso está resumido ahí. Además hay una interesante conexión con Amartya Sen. El desarrollo es por definición local y participativo. Es una cuestión, básicamente, de organización. El reto es encontrar, en cada caso, los procesos que permitan definir esa organización. 

Si se pueden consolidar esos espacios grupales (sociales) de comunicación, pensamiento e innovación genuina las sociedades implicadas estarían en condiciones de evitar los errores y desastres que hemos cometido en las sociedades hoy llamadas desarrolladas. Estarían en condiciones de construir OTRO desarrollo.

La seguimos...


martes, 30 de septiembre de 2008

LA PERSPECTIVA TERRITORIAL: EL DESARROLLO “A MEDIDA” DE LAS POSIBILIDADES


Las limitaciones manifiestas del mercado para constituirse en el factor excluyente del desarrollo y el éxito alcanzado por las experiencias que – por iniciativa propia – se implementaron en diferentes regiones europeas, permitieron establecer un nuevo paradigma para el análisis y la instrumentación de las políticas de desarrollo económico. Así como en su momento prescribieron aquellas percepciones que ponían en el centro de la atención a los empresarios y sus capacidad para constituirse en los promotores de los procesos de innovación y desarrollo, era ahora el mercado quien debía ceder espacio frente la realidad que exponían estas experiencias concretas de desarrollo regional.

De esta manera, mediante prácticas innovativas que partían del aprovechamiento de recursos sociales, económicos, culturales e institucionales endógenos, se pudo dar respuesta a las carencias generadas por el modelo establecido hasta entonces y, a partir de estas experiencias, muchas veces recuperando enfoques de antigua tradición en las políticas de desarrollo, formalizar teóricamente lo que se dio en llamar la “estrategia del desarrollo territorial” o, alternativamente, las “políticas de desarrollo local“.

() el enfoque del desarrollo económico local viene a destacar fundamentalmente los valores territoriales de identidad, diversidad y flexibilidad en las formas de producción, no basadas tan solo en la gran industria, sino en las características generales y locales de un territorio determinado”. Se corregía de esta manera la simplificación realizada por aquellos planteos teóricos que reducían el análisis del desarrollo al estudio de la empresa o el sector económico de manera abstracta, desvinculados de su entorno territorial (Alburquerque, F. 2004: 158).

Si pensamos al desarrollo como “un proceso de expansión de las libertades reales que disfrutan los individuos” (Amartya Sen), entendidas estas libertades como las posibilidades de optar que tienen las personas, al Desarrollo Local (i) se lo puede pensar como “la aplicación del concepto de desarrollo planteado por Sen a un determinado territorio” (Formichella, M. 2005: 5).

Es importante destacar que la irrupción de un modelo de desarrollo localizado se vio favorecido por la descentralización de la producción (segmentación productiva, e “industria global” (ii)) que adoptó el capitalismo como respuesta a la crisis del modelo de producción fordista, mediante la cual alcanzan protagonismo las pequeñas empresas y adquieren significación las características del entorno territorial en el cual las mismas se desenvuelven. También, hay que decirlo, esta perspectiva era percibida por muchos como una respuesta al modelo globalizador y a las consecuencias indeseables (desocupación, exclusión, desigualdad) que esta “modernidad” avasallante trajo consigo.

De esta manera, “el territorio se visualizaba como el espacio en el cual se producen los procesos de desarrollo y pasan a ser factores de interés cuestiones como los recursos materiales y humanos que se disponen, la historia, la sociedad, los valores y el conocimiento. El desarrollo, como dice Boisier, es necesariamente local, es decir, territorial” (de León, O. 2006: 3).

Queda claro entonces que, al hablar de territorio (iii), “no se está teniendo en cuenta sólo un determinado sitio geográfico, sino también una forma de vida determinada, una cultura establecida, una realidad social y económica específica y un medio ambiente definido, con ciertos recursos naturales y ciertas potencialidades productivas” (Formichella, M. 2005: 7).

Desde esta perspectiva, y con la participación de actores locales, se logran alcanzar objetivos de crecimiento bajo condiciones que al menos atenúen los costos que impone el modelo capitalista; esto es, poder consensuar niveles de innovación y desarrollo adecuados a las condiciones de competencia que impone el mercado, sin desatender a los ciudadanos y sus necesidades básicas, el uso responsable de los recursos naturales, la inclusión de los diferentes sectores sociales, etc., cumpliendo de esta manera con aquellas obligaciones impostergables del Estado en las sociedades democráticas.

Todo esto es posible en propuestas de desarrollo que parten de los propios actores, “el desarrollo, además de territorial y endógeno, es autodesarrollo” (de León, O. 2006: 19). Además, por tratarse de un desarrollo promovido fundamentalmente a partir de “lo propio”, resulta importante que existan actividades de innovación en el ámbito del territorio, dado que las mismas aumentan las capacidades y oportunidades de los individuos, favoreciendo los procesos de desarrollo.

Se puede comprender con lo señalado hasta aquí que esta nueva perspectiva es estructural o sistémica, porque supone la cooperación de los actores y el logro de acuerdos entre sectores que muchas veces sostienen intereses distintos. Exige “procesar” todas las relaciones de interdependencia que existen en el territorio, poniendo atención (simultáneamente, no de manera aislada) en aquellos factores significativos para la creación de entornos innovadores; “no compite la empresa aislada, sino la red y el territorio” (Alburquerque, F. 2004: 158).

“El éxito de las estrategias territoriales dependerá en gran medida de la capacidad de innovación sistémica de las sociedades implicadas”; adquiriendo así relevancia no sólo la dimensión económica, sino también la política y la cultural. “Se debe atender una dimensión social de la innovación” (de León, O. 2008:1).

Por encima de aquellas políticas de desarrollo que “bajan” del gobierno a la comunidad (innovaciones restringidas), son las iniciativas que surgen desde la propia comunidad (genuinas (iv)), respondiendo a la atención de necesidades “sentidas” por los diferentes sectores sociales, las que ofrecen mayor interés de análisis a la hora de buscar patrones en la construcción de un modelo de desarrollo territorial. Aún así, el sector público desempeña un rol determinante en la implementación de políticas de desarrollo exitosas, favoreciendo e impulsando aquellas ideas que surgen de la comunidad, manteniendo la cohesión social, creando o adecuando las instituciones existentes a las necesidades que surgen de los proyectos, etc.

Los factores – tangibles e intangibles – privilegiados en el análisis sistémico por su influencia en el éxito de los procesos de desarrollo territorial, no se han ido presentando de igual manera en la, cada vez más extensa, casuística que abona esta teoría. “En el amplio abanico de casos, encontramos regiones con situaciones muy diferentes que requerían combinaciones distintas de instrumentos y acaso la creación de otros nuevos que surjan de la especificidad del proyecto” (…) “Diferentes territorios, con diferentes niveles de desarrollo, deben reconocer distintos caminos” (de León, O. 2006:15 y 16).

En esta perspectiva las propuestas estandarizadas están condenadas al fracaso, el modelo exige establecer políticas de desarrollo que surjan de evaluar (a la medida de) las oportunidades y limitaciones económicas, sociales, institucionales, ambientales y políticas de cada región en particular.

Ahora bien, aún cuando en cada caso se pueden observar características distintivas que impiden formular modelos universales, existen elementos comunes que juegan un papel esencial en las experiencias de desarrollo territorial analizadas, los cuales deben ser considerados de manera integrada a la hora de definir proyectos. Merecen destacarse el nivel de acumulación, el patrimonio tecnológico, la financiación, el acervo de conocimientos, la inserción externa del desarrollo territorial, la capacidad en la toma de decisiones, la cohesión social y los elementos identitarios.

Estos factores (tangibles e intangibles), junto a otros aspectos como la estructura productiva e infraestructura disponible, la disponibilidad tecnológica y la descentralización política y administrativa, conforman el “entorno territorial” (milieu) que facilita o dificulta el proceso de desarrollo y el surgimiento de la innovación. “El éxito de las estrategias territoriales dependerá en gran medida de la capacidad de innovación sistémica de las sociedades implicadas” (de León, O. 2008:1).

Lo estimulante de esta concepción del desarrollo es que, mediante la misma, se devuelve a los agentes e instituciones locales el protagonismo en el proceso de transformación de sus realidades; el proyecto de desarrollo de la sociedad no debe quedar necesariamente expuesto a las condiciones establecidas por las economías globalizadas, esto es la voluntad de las grandes empresas que priorizan maximizar sus ganancias por encima de los intereses generales de la sociedad. Desde esta perspectiva, “aún queda espacio para generar condiciones de desarrollo de una producción a pequeña escala que tenga como destinatarios finales de sus beneficios a la población local” (de León, O. 2006:15).

Simultáneamente, se debe asumir la “dificultad” – intrínseca en proyectos de estas características – de lograr en cada caso particular, propuestas consensuadas que contemplen los factores estructurales existentes, para poder definir políticas y estrategias apropiadas a las condiciones institucionales, económicas, sociales y ambientales de la región.

La tarea es compleja, y exige el desarrollo de instrumentos adecuados, entre las cuales la producción de información política, económica y social sobre el territorio adquiere relevancia. Además, se deben crear y promover instancias (espacios) que permitan vincular las diferentes instituciones, así como a éstas y los diversos grupos sociales que actúan en la comunidad, buscando identificar y fortalecer aquellos () intersticios en los que articular experiencias propias. Cuando menor sea el nivel de desarrollo, más complejo y largo será el proceso, pero presentará más opciones de incidir en la calidad de los alcances” (de León, O. 2006:15).

Iniciativas de estas características, que para algunos autores ocurrieron por generación espontánea, permitieron establecer nuevas formas de elaborar e implementar políticas de desarrollo que resultaron exitosas en regiones consideradas periféricas en la “nueva división internacional del trabajo” (NDIT) (v) establecida por el sistema capitalista mundial.

En el caso particular de América Latina, también esto fue posible a pesar de las condiciones iniciales desfavorables de la cual partieron un número importante de experiencias de desarrollo implementadas desde esta perspectiva.

La Experiencia de América Latina

A comienzos de los `80, gran parte de los países de la región habían recuperado la posibilidad de poder expresarse electoralmente y elegir sus gobernantes, pero – al mismo tiempo – se encontraban viviendo una depresión económica de tal magnitud que llevaron a reconocer esos años ochenta como “la década perdida” en América Latina(vi). También se producía en esos años un crecimiento de la deuda externa de tal magnitud que los márgenes de maniobra en materia de política económica se redujeron de manera determinante.

Es también en esos años cuando se produce una ofensiva contra el modelo de Estado de Bienestar, particularmente desde aquellos sectores que promovían los principios del libre mercado, en oposición a la participación estatal en los medios de producción, las medidas de regulación económica y la implementación de programas sociales, acusados – estos últimos – de ser los causantes del déficit fiscal.

Como resultado de este proceso, a fines de esa década se imponían políticamente aquellas posturas que proponían reducir a la mínima expresión el modelo de desarrollo basado en el fortalecimiento de la industria nacional, la creación de un mercado interno de bienes industriales y la presencia del Estado adoptando medidas para regular la economía e intervenir en los medios de producción. El paquete de medidas adoptadas conformaba – en líneas generales – el modelo establecido por el Consenso de Washington (vii) o de Globalización para Países Emergentes.

En este contexto, la plasticidad del modelo de Desarrollo Territorial junto a las ideas de valorizar el territorio y otorgar un mayor protagonismo a los agentes y políticas locales que el mismo sustentaba, encontraron en América Latina un campo propicio para su rápida difusión, la que se concretó en el campo intelectual gracias a la tarea desarrollada por expertos, investigadores, consultores, docentes, etc., y fue impulsada financieramente por diversas instituciones internacionales, entre las cuales el BID desempeñó un papel trascendente.

Es necesario destacar que los factores tangibles e intangibles señalados previamente como esenciales a la hora de implementar proyectos de desarrollo territorial, presentaron diferencias importantes (mayoritariamente por defecto) en muchas regiones latinoamericanas, respecto a las que pudieron observarse en las diferentes experiencias europeas. La enorme diversidad de situaciones registrada en América Latina junto a la necesidad de revisar lo actuado y construir instrumentos de desarrollo adaptados a las condiciones particulares de las sociedades de destino, resultó un aporte de gran importancia en el proceso de producir y/o enriquecer las teorías que sustentan este nuevo modelo de desarrollo.

A pesar de las condiciones iniciales más restringidas en la búsqueda de mejorar sus condiciones económicas, sociales y ambientales, las sociedades latinoamericanas mostraron una gran capacidad de innovación genuina, llevando adelante iniciativas con gran participación social, las cuales muchas veces se proyectaron aún por encima de las posibilidades materiales e institucionales existentes. Son numerosos los ejemplos que avalan esta afirmación.

Consideraciones Finales

La transformación del Estado de Bienestar es un proceso irreversible y aceptar las carencias que este presenta para administrar las contradicciones políticas, sociales y económicas que se plantean en las naciones capitalistas a partir de la globalización, sitúa la atención del problema de manera apropiada.

Al mismo tiempo, se debe reconocer que no se visualizan claramente cuales son las transformaciones necesarias para adecuar las funciones del Estado al modelo de sociedad que plantea un desarrollo globalizado y las demandas que de él se derivan.

Las alternativas de libre mercado que se impulsan desde los grupos capitalistas y las respuestas “neopopulistas” ejerciendo una defensa a ultranza de las conquistas sociales logradas en las épocas de bonanza del Estado de Bienestar, aparecen como acciones y reacciones sectoriales que no resuelven los problemas de fondo e incluso profundizan las desigualdades sociales ha niveles intolerables de contener políticamente en sociedades democráticas (En: Vaca Avila, P.-Simonetti E. 2008. Inédito).

En las actuales circunstancias, el modelo que se impone es territorial, participativo, concertado y descentralizado, en el cual toman fuerza aquellos procesos de “democratización donde el individuo y la comunidad recuperan el papel protagónico que le corresponde en la decisión de su destino” (SIMOSE. 2008.: 1).

Se plantea así la necesidad de establecer estrategias de crecimiento que permitan dinamizar la participación de aquellos sectores sociales que exponen menores niveles de desarrollo relativo, con el objetivo de restablecer condiciones de mayor equidad social y económica.

Para ello, se deberán revisar las tendencias centralizadoras y excluyentes que han predominado en los enfoques tradicionales del “desarrollo nacional”, reivindicando el ámbito local como un espacio concreto de participación social. Resulta prioritario recuperar la dimensión territorial como unidad de análisis, planificación y acción, desde la cual se podrán generar mejores oportunidades de alcanzar un desarrollo que armonice las posibilidades de los distintos sectores de la comunidad de acceder a los beneficios que se obtienen mediante un aprovechamiento equilibrado de los recursos disponibles.

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(i) “Alburquerque definió al Desarrollo Local como el proceso que mejora la calidad de vida, superando las dificultades por medio de la actuación de diferentes agentes socioeconómicos locales (públicos y privados), con recursos endógenos y fomentando el aumento de capacidades” (Formichella, M. 2005.: 6 ).
(ii) Proceso en el cual las grandes y medianas empresas concentran su actividad donde tienen mayores posibilidades de agregar más valor (innovar), y terciarizan aquellas actividades que no resultan centrales para su desenvolvimiento. Esta especialización de la producción da lugar a una creciente integración productiva a escala mundial (la “fábrica mundial”), conformando de esta manera lo que se conoce como la “nueva división internacional del trabajo”.
(iii) “Es importante destacar que la noción de territorio se puede referir a una localidad, a una región o una sub -región, ya que los límites varían en función de la percepción de los actores sociales” (Formichella, M. 2005: 27).
(iv) La innovación genuina es un emergente social que surge desde los actores como una síntesis entre sus condiciones estructurales específicas y su cultura (valores y conocimientos). En: de León, O. 2008: 9.
(v) Ver: Martínez, Javier (2000). “Globalización y fábrica mundial”, en Arriola y Guerrero (eds). Cap. 11, Págs.: 251-269.
(vi) También se utilizó la expresión al designar en Gran Bretaña al período de la postguerra (1945-1955) y para describir los diez años que siguieron al colapso económico japonés, en la década de 1990.
(vii) El término fue acuñado por John Williamson, del Instituto de Economía Internacional con sede en esa capital, en relación a los acuerdos logrados en una reunión convocada en 1989 por su Instituto y a la que asistieron representantes de 10 países de la región, con el objetivo de diseñar las reformas necesarias para sacar a la América Latina de la crisis de la deuda externa y recuperar el crecimiento que la región no tuvo en la “década perdida” de los años ochenta.
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Bibliografía

Alburquerque, Francisco (2004). “Desarrollo económico local y descentralización en América Latina”, Revista de la CEPAL, Nº 82.

Formichella, María M. (2005). “La Evolución del concepto de Innovación y su Relación con el Desarrollo”. Monografía realizada en el marco de la Beca de Iniciación del INTA: “Gestión del emprendimiento y la innovación” Director de Beca: Ing. José Ignacio Massigoge. Estación Experimental Agropecuaria Integrada Barrow (Convenio MAAyP-INTA). Tres Arroyos, Argentina.

León, Omar (2008). “Innovación en Europa y América Latina: aprendizajes de ida y vuelta”. Universidad Complutense de Madrid. Madrid, España.
En: http://innovacionydesarrollo.blogspot.com/.

León, Omar (2006). “Estrategias de desarrollo territorial en América Latina: entre la imitación y la innovación social”, en Vergara, P. y Alburquerque, F. (coords.): Desarrollo económico territorial. Respuesta sistémica a los desafíos del empleo, DETE-ALC/OIT, Fortaleza (Br.).

León, Omar (2003). “Innovación, competitividad y desarrollo: una perspectiva territorial de la economía española”. Artículo aparecido en Revista del Instituto de Estudios Económicos, Nº 2 y 3.

Martínez, Javier (2000). “Globalización y fábrica mundial”, en Arriola y Guerrero (eds).

Sistema de Información y Monitoreo Social y Económico – SIMOSE (2008). “Capacitación de Capacitadores en Desarrollo Local y Fortalecimiento Municipal”. Inédito. Gobierno de la Provincia de Misiones. Misiones, Argentina.

De Vaca Avila, P. - Simonetti. E. (2008). “Las Propuestas de Reforma Ante las Crisis del Estado de Bienestar”. Segundo Informe para la materia Economía, Política y Cultura del doctorado Economía Política y Social en el Marco de la Globalización (UCM). Inédito.

sábado, 5 de julio de 2008

Las Teorías Evolucionistas de la Innovación: una “interpretación biológica” del desarrollo tecnológico.[1]

Desde esta perspectiva neoschumpeteriana[2] de interpretación de los modelos de desarrollo tecnológico, se pone más atención en el entorno socioeconómico y ya no tanto, como en décadas anteriores, en las características de la empresa y la estructura del mercado. Se concibe en este caso al desarrollo tecnológico como un proceso evolutivo, dinámico, acumulativo y sistémico que sintetiza los procesos económicos, sociales y científicos.

En esta teoría no se plantea como una dicotomía el proceso de innovación y su posterior difusión, tal como se lo entendían en la perspectiva clásica. Desde esta visión, el proceso de difusión es parte constitutiva del progreso técnico inicialmente disparado por una innovación.

En la fundamentación de este enfoque, Nelson y Winter[3] (Vence, X. 1995. Op. cit. Pág. 217) cuestionan el concepto neoclásico de racionalidad maximizadora y beneficio, proponiendo los conceptos de “búsqueda de satisfaciente” y “selección”. Esto es, entendiendo que el conjunto de posibilidades tecnológicas es limitado, las empresas no cuentan con una amplia gama de técnicas a su disposición, sino que deben buscar aquella que de la respuesta más satisfactoria a sus necesidades, con la incertidumbre de no saber cuáles son las óptimas. Aquellas empresas que den con las mejores técnicas serán las que experimenten una mayor expansión, en un proceso de selección ex post.

Esta interpretación de la innovación tecnológica, como un proceso de “incorporación aleatoria” de tecnología y selección de las más aptas por parte del mercado, en el que hay ganadores y perdedores (empresas que crecen y otras que se resumen y desaparecen, de acuerdo a la “suerte” que hayan tenido en su desarrollo tecnológico), establece un parentesco con la teoría biológica darwinista de evolución de las especies y selección natural.

Tenemos entonces que la tecnología no se realiza en forma definitiva, sino que desde el momento en que nace se va difundiendo y modificando de acuerdo a los condicionantes establecidos por un contexto industrial, económico y social específico, pudiendo el analista en su interpretación enfatizar las características dinámicas y tecnológicas o la importancia del entorno económico y su evolución.

Se trata en este caso de proponer un modelo capaz de explicar los determinantes y direcciones de un cambio tecnológico en el cual ciertas tecnologías se vuelven dominantes y evolucionan en un contexto cambiante (Dosi. G.[4] en Vence, X. 1995. Op. cit. Pag. 219). El comportamiento y las estrategias de las empresas aparecerán determinadas por las condiciones estructurales existentes (de la empresa, del sector y el régimen tecnológico), que son las que definen el margen de acción que se dispone, destacándose además – entre otros factores – el efecto determinante que adquieren el desarrollo científico, la planificación de las actividades de I+D, el nivel tecnológico previo y el aprendizaje por la acción.

En este abordaje se entiende a la tecnología de manera amplia (Dosi), como “un conjunto de elementos de conocimiento práctico y teórico, know-how, métodos, procedimientos, experiencia de aciertos y errores y, por supuesto, aparatos físicos y equipos”, abarcando elementos materiales como los conocimientos y la experiencia e incluyendo, además, componentes inmateriales – difíciles de registrar con precisión – adquiridos por las personas y las organizaciones, como la habilidad, la experiencia de intentos anteriores, etc. (Vence, X. 1995. Op. cit. Pág. 221).

Desde esta percepción, para mejorar la eficiencia productiva y, consecuentemente, sus oportunidades en el mercado, las empresas realizan una búsqueda y aprendizaje a partir de su propia base de conocimientos, dependiendo sus posibilidades de lo que hayan realizado en el pasado. En consecuencia, el progreso técnico sería un proceso secuencial e irreversible de resolución de problemas en el marco de un paradigma tecnológico, siguiendo una trayectoria tecnológica propia de ese paradigma.

El paradigma tecnológico, por analogía con lo que propone Kuhn[5] para la ciencia, se entiende como el modelo o patrón de solución de los problemas tecnológicos seleccionados, de tal manera que a partir del mismo quedan delimitadas las dificultades a ser abordadas desde esta perspectiva. Al mismo tiempo, el modelo seleccionado dirige la solución de esos problemas enfocando los esfuerzos en las oportunidades tecnológicas que puede ofrecer. A su vez, la trayectoria tecnológica es el patrón de solución normal de los problemas siguiendo los procedimientos de búsqueda y la lógica propia de un paradigma.

Desde esta perspectiva, la aparición de nuevos paradigmas tecnológicos representa la existencia de “discontinuidades en la evolución del progreso técnico” ante las nuevas posibilidades ofrecidas – en primer término – por la ciencia, como así también por la existencia de nuevas instancias económicas e institucionales. Según Dosi, las fuerzas económicas y los factores sociales operan como mecanismos de selección fundamentales.

El entorno socioeconómico interviene en el proceso de selección de la trayectoria dado que, si bien no modifica el abanico de posibilidades en una tecnología determinada, selecciona las trayectorias dominantes a partir de diferentes criterios como la incidencia de políticas institucionales, financieras, el comportamiento de los consumidores, etc. Este “entorno de selección” resulta determinante en la elección y sustitución de tecnologías, como así también en el tipo de I+D que se considera más beneficioso. Es decir que – como es de imaginar – se puede establecer “una relación a largo plazo entre el modelo de desarrollo social y el paradigma tecnológico elegido” (Vence, X. 1995. Op. cit. Pág. 227).

A su vez el mercado opera ex post como fórmula de selección entre el conjunto de posibilidades determinado – como quedó dicho – por el pradigma tecnológico que fuera seleccionado. Como resulta difícil poder establecer a priori las ventajas que ofrecen los diferentes paradigmas y trayectorias, la selección que se realiza en el mercado se produce, en parte, mediante mecanismos de prueba y error, lo que implica necesariamente algún grado de riesgo para los productores.

Ahora bien, los efectos que produce el entorno económico en la actividad tecnológica actúan como un estímulo en la evolución de una trayectoria pre-establecida, pero difícilmente van a provocar un cambio en esta trayectoria. Estos cambios conforman hechos extraordinarios que ocurren ante desarrollos científicos extraordinarios o el aumento de las dificultades económicas y tecnológicas (o combinaciones de ambas), para seguir avanzando en esa dirección.

En relación con las actividades innovadoras que producen cambios tecnológicos, Dosi supone que estas se van a emprender en la medida que exista alguna expectativa de beneficio económico o que la ausencia de las mismas amenacen los beneficios económicos existentes. A la hora de interpretar el esfuerzo innovador a partir de la búsqueda de beneficios, se incorpora el concepto de “grado de apropiación” privada de los resultados que se obtengan, condición necesaria para que se realice este esfuerzo, en el que se hace referencia a las posibilidades concretas de poder utilizar los resultados de las innovaciones en beneficio propio.

Con respecto al cambio tecnológico, es importante destacar el carácter acumulativo e irreversible que se percibe en el mismo, el cual se va a lograr a partir de procedimientos de búsquedas propios de cada paradigma y cada industria, las cuales no se remiten a reservas comunes y públicas de información, sino que tienden a buscar respuestas localmente, en áreas próximas a las actividades que desarrollan en cada momento. Estos cambios tecnológicos (progresos técnicos) son generadores de asimetrías que, según la “suerte” corrida con la selección y la capacidad de apropiación de las mismas, dan lugar a resultados divergentes en el proceso de competencia empresarial.

En el caso de los países el proceso es asimilable, dando lugar a divergencias que se traducen en una especialización internacional. Las asimetrías entre países son acumulativas o – cuando mucho – estables, dando lugar a un proceso evolutivo que dependerá de diferentes factores como la tasa de cambio técnico, la brecha tecnológica entre los países, el grado de acumulatividad del progreso técnico, etc.

Tenemos entonces que, junto con los diferenciales salariales y los patrones sectoriales de especialización, las asimetrías tecnológicas internacionales en la innovación y la imitación son un componente básico en la dinámica de la dependencia macroeconómica entre los sistemas económicos nacionales.

Algunas Observaciones al Modelo Evolucionista:

Entre las observaciones críticas que se le realizan al modelo evolucionista presentado, se destacan:

- El hecho de que a la ciencia le da un carácter autónomo, siguiendo en su desarrollo un proceso evolutivo que tiene una única senda posible. Al no estar ésta influida por condicionantes que puedan afectar su dirección y desarrollo, y constituir simplemente un dato de la realidad, la aparición de los nuevos paradigmas tecnológicos estarían “determinados” por un factor exógeno sobre el cual no tendrían incidencia alguna.
Se plantearía un determinismo científico excesivo en la aparición de los nuevos paradigmas y un determinismo también excesivo en la senda de las trayectorias tecnológicas, en el cual se desconocen – o minimizan – las transformaciones que produce en las características iniciales y posibilidades, el feed back entre el desarrollo científico y la evolución de una trayectoria tecnológica.

- En el modelo de Dosi, se descuida el papel que juegan el Estado y las universidades en la actividad científica y, consecuentemente, la influencia que ejercen estas instituciones sobre la evolución de la tecnología. El papel del Estado supera el rol que se le atribuye como mecanismo de selección a posteriori de paradigmas y trayectorias.

- Es un modelo que se muestra provechoso para el análisis de los nuevos paradigmas que se generan en los países “centrales”; no lo es tanto a la hora de analizar estos procesos en economías que se mueven en la frontera tecnológica mundial.

- Todo el análisis del proceso innovador se realiza sin considerar las características del factor humano que lo sostiene, factor cuya presencia, funcionamiento y reproducción resulta central a la hora de evaluar las condiciones en que se produce el desarrollo económico.
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[1] Extractado de: Vence, X. “Economía de la Innovación y del Cambio Tecnológico”. Capítulo 7. Las teorías Evolucionistas de la Innovación. Pags. 216 a 270. Siglo XXI. Madrid, 1995.
[2] De la misma manera que Joseph A. Schumpeter (1883-1950), le otorga a la innovación el papel de principal dinamizador de la economía capitalista y, si bien existen diferencias, hay una gran cantidad de similitudes. De allí su calificativo, con el cual coinciden muchos autores.
[3] Nelson, R. y Winter, S. “Neoclassical vs. Evolutionary theories of economics growth: critique and prospectus”. The Economic Journal, diciembre 1974, pp. 886-905; Nelson R. y Winter, S. “An evolutionary theory of economic change, ob. Cit., cap 1.
[4] Dosi, G. “Technical Change and Industrial Transformation”, ob. Cit., cap 2.
[5] Por Thomas S. Kuhn (1992-1996), epistemólogo estadounidense que en su obra “La estructura de las revoluciones científicas” introduce el concepto de paradigma.

miércoles, 21 de mayo de 2008

Comentarios sobre la especialización flexible

Estaba esperando a que hubiera más aportaciones para animar un debate sobre el asunto, pero veo que Eduardo se nos puede dormir en la espera.
Su resumen es un buen recorrido por lo que comentan P y S sobre la aparición de la especialización flexible.

En cuanto a sus reflexiones, creo que P y S vieron y definieron bien el asunto, pero acaso sobreestimaron su proyección. El desarrollo de la segmentación de mercados, la descentralización productiva y, por consiguiente, la aparición de redes de pymes en torno a las grandes empresas han ganado terreno desde que P y S escribieron. En eso fueron preclaros. Ese es el mundo de la precariedad, la competencia feroz entre pymes y de la explotación del trabajo. El esquema general es: las pequeñas fabrican y las grandes gestionan la producción.

Sin embargo, esa transformación de la estructura productiva parece haber creado las condiciones para que las pymes se vinculen de una manera menos dependiente entre ellas para atender las nuevas necesidades de los mercados que ahora, al estar segmentados , presentan escalas mas asequibles para ellas. Así surgió la estrategia del desarrollo territorial, no como consecuencia de las relaciones de subcontratación, sino como una alternativa a las mismas.

Primero fueron clusters y distritos industriales, pero más tarde se amplió la visión para englobar todo tipo de producción territorial. Eso es interesante para regiones de menor nivel de desarrollo relativo

Interesante también el texto de Cocco. Aporta madera a esta discusión.

La seguimos. Y, por cierto, ¿hay alguien más ahí...?

Abrazos,

Omar

miércoles, 9 de abril de 2008

El modelo de especialización flexible propuesto por Piore y Sabel

El modelo “fordista” de crecimiento, que había logrado niveles crecientes y sostenidos de productividad a partir de la crisis de los años '30, a fines de los años '60 comenzó a experimentar un proceso de estancamiento que –poco después– se tradujo en una clara tendencia a la disminución de los niveles alcanzados hasta entonces. Esto obligó (algunos años más tarde) a debatir e interpretar las razones y determinantes de esta crisis que cuestionaba la lógica empresarial del modelo de producción hegemónico, además de valorar los procesos de readaptación empresarial que –en muchos casos espontáneamente– se habían producido en esos años.

El modelo de producción fordista se sostenía en la existencia de un mercado de masas y la disminución de los costos mediante economías de escala, encontrando en la línea de producción la respuesta tecnológica a esos principios que lo sustentaban. La crisis del modelo implicaba cuestionar la producción de bienes masivos y estandarizados, el uso de maquinarias que tenían un destino determinado, una competencia basada en los precios y las ventajas de las economías de escala, la permanencia de una mano de obra especializada, la presencia de sindicatos fuertes, una estructura empresarial conformada (particularmente en la provisión de insumos y organización del trabajo) para asegurar que la actividad industrial no se detuviera, etc.

En otros términos, se planteaba entonces la necesidad de formalizar un nuevo paradigma que armonizara la producción y el consumo, tomando como referencia las experiencias fallidas y exitosas que se vislumbraban en diferentes distritos industriales y rubros de la economía, dando lugar a lo que se dio en llamar el “postfordismo”.
En su obra pionera “La Segunda Ruptura Industrial” (Alianza, Madrid. 1990) de mediados de los años '80, Michael Piore y Charles Sabel analizan las estrategias microreguladoras que ensayaron las empresas “por sus propios medios y en sus propios mercados”, para enfrentar el desempleo y estancamiento, buscando recuperar los niveles de productividad perdidos. Las distintas estrategias de estas empresas, sus fracasos y logros, son el recurso “material” del cual parten los autores para formular su propuesta de un nuevo paradigma productivo industrial.

Una de las experiencias que analizan es la “conformación de conglomerados” mediante los cuales las grandes empresas buscaban minimizar sus riesgos, diversificándose en otros mercados, tanto fundando nuevas filiales como fusionándose con otras empresas. La estrategia, que alcanzó su mayor difusión entre los años '60 y '70, tenía como limitación el hecho de que los riesgos que se pretendían minimizar mediante la diversificación, no se distribuían aleatoriamente en los mercados, sino que eran el resultado de condiciones que afectaban a toda la economía por igual. Esto hacía que la incertidumbre de los distintos mercados no se contrarrestaran, sino que –por el contrario– se acumularan, situación que terminó por desalentar la conformación de conglomerados en un mayor número de empresas.

La “multinacionalización” fue otra de las estrategias adoptadas por las grandes empresas para “aislar sus mercados de las perturbaciones macroeconómicas” (Piore, M y Sabel, C.- op. cit. Cap. 8, pág.: 282). La idea en este caso era ampliar el mercado, produciendo bienes que se pudieran vender en muchos mercados nacionales, asegurando de esta manera el desarrollo de una economía de escala. El ejemplo clásico de multinacionalización es el de las empresas de automóviles y la estrategia de la industria norteamericana de desarrollar –con pequeñas modificaciones según los mercados– un “automóvil mundial”; se pasaba así de la producción en serie a escala nacional a una multinacional, lo que permitía reducir los costos de producción.
Esta práctica, también seguida –entre otras– por industrias siderúrgicas francesas y japonesas, hacía que las grandes empresas trasladaran parte de sus operaciones a otros lugares del mundo en vías de desarrollo. La medida reportaba mayor rentabilidad cuando lo que se producía fuera de los países de origen requería principalmente de mano de obra intensiva, y podía aprovecharse la ventaja que significaban los bajos costos laborales de los países en vías de desarrollo. De esta manera, también se adaptaban las grandes empresas a las políticas de desarrollo industrial por sustitución de importaciones que se implementaba en estos países emergentes.

Sin embargo, este sistema de producción multinacional escondía costos de gran incidencia en su desarrollo que impidieron su difusión y sostenimiento. Estos costos se relacionan con la dispersión de la producción, la necesidad de contar con grandes existencias de insumos y –asociado a ello– la dificultad para poder realizar en tiempo y forma su control de calidad, los inconvenientes para poder consolidar el mercado en torno a un diseño estándar, las fluctuaciones cambiarias, etc.

Siguiendo con este análisis de diferentes experiencias industriales, los autores destacan en particular los “resultados alentadores alcanzados principalmente por empresas pequeñas y nuevas”, las que “… aprendieron de alguna manera a soportar las olas de incertidumbre del mercado que rompía contra ellas” (Piore, M y Sabel, C.- op. cit. Cap. 8, pág.: 279). Estos logros, que parecían muchas veces producto del azar, vistos en conjunto presentaban “principios organizativos comunes” que pasaron a constituir estrategias válidas para lograr el crecimiento sostenido de las empresas involucradas.

Localizadas en distintos distritos de EEUU, Alemania, Japón e Italia, y vinculadas a diferentes rubros de la producción, las empresas analizadas presentaban características organizativas y tecnológicas definidas que permitieron a estos autores formular su propuesta de “especialización flexible”, como una estrategia apropiada para superar la crisis que representaba la reducción progresiva del mercado de bienes estandarizados.
Mediante el análisis pormenorizado de los cambios tecnológicos y organizativos producidos en industrias de bienes diversos, que van desde los ordenadores y artículos del hogar hasta la producción de máquinas herramientas, aceros y químicos, pasando por los textiles, los autores aportan experiencias diversas que permitieron a regiones enteras escapar del estancamiento generado por la caducidad de la producción en serie.

Algunas de estas experiencias exitosas eran simples de explicar, principalmente en aquellos casos de países más atrasados, en los cuales la conjunción de bajos salarios y escasa conflictividad de la mano de obra representaron ventajas comparativas que les permitieron competir e insertarse en los mercados de masa. Otra fue la situación y experiencia producida en las regiones industriales maduras.

La producción en serie siempre necesitó de la existencia de sectores de producción artesanal, que atendían segmentos muy pequeños e inestables del mercado; esta producción suministraba bienes (de lujo, experimentales, especializados) de demanda muy volatil como para ser rentables en el caso de la producción en serie. La producción artesanal constituía una categoría residual acerca de la cual se pensaba que era imposible aumentar su productividad por encima de determinados niveles.

Las recesiones económicas que se produjeron de manera periódica, le fueron otorgando un mayor espacio a este sector, más flexible y en mejores condiciones de adaptarse a la demanda de mercados cambiantes o de entrar a los nuevos mercados que se abrían.

De esta manera, y determinada por la demanda del mercado, la tendencia hacia una mayor flexibilidad productiva fue creando condiciones que favorecieron el crecimiento de este tipo de empresas y, con ello, alentando el desarrollo de nuevas tecnologías de mayor complejidad y productividad, que permitían rediseñar rápidamente los productos y los métodos con costos cada vez más competitivos. De esta manera, “las pequeñas empresas comenzaban a formar redes que se expandían a expensas de las empresas integradas” y “(…) la innovación tecnológica, la constante reordenación de las subcontrataciones y la búsqueda de nuevos productos se convirtieron en elementos estructuradores de una economía regional muy elástica” (Piore, M y Sabel, C.- op. cit. Cap. 8, pág.: 307 y 308).

Este cambio en la organización de la producción industrial impactó también -como era de esperar- en la mano de obra. La necesidad de modificar rápidamente productos y modos de producir, mejorar los niveles de calidad y manipular equipos de producción más sofisticados (por ejemplo, máquinas controladas numéricamente por ordenadores), determinaron la necesidad de rediseñar la capacitación de los trabajadores. La utilización de equipos más flexibles exigía disponer de mano de obra más flexible, menos especializada.

La dinámica tecnológica permitió repensar esta estrategia; lo que aparecía concebido como respuesta a las condiciones del mercado, pasó a constituir una estrategia que posibilitaba la expansión industrial. Se comenzaba a prefigurar un nuevo paradigma que trastocaba el modelo imperante hasta entonces: los sectores dominantes (producción en serie) pasaban a subordinarse, y los subordinados (producción artesanal) pasaban a ser dominantes.

A grandes rasgos, estas son las características que identifican los autores en las empresas analizadas como respuestas organizativas y tecnológicas a las nuevas condiciones que les plantea el mercado. La propuesta de una especialización flexible como nuevo paradigma industrial, no es otra cosa que la articulación y formalización de estas estrategias empresariales.

Comentario final

Creo que inicialmente vale preguntarse si los distritos industriales utilizados como base empírica para la formulación de la propuesta, aseguraban un nivel de generalidad suficiente como para formular un paradigma de validez universal.

Por otra parte, desde la perspectiva que ofrece la especialización flexible, el trabajo humano se concretaría a partir de entonces principalmente en pequeñas y medianas empresas (PyMes) de gran adaptabilidad a las condiciones cambiantes del mercado; hoy la realidad nos muestra que estas empresas funcionan mayoritariamente como contratistas de las empresas grandes, y su personal obtiene salarios menores que los correspondientes a los que perciben los obreros de estas empresas matrices.

En realidad, Piore y Sabel no demostraron que las grandes empresas estuvieran en decadencia y la producción en masa fuera a desaparecer, sino que esto último constituía una premisa de su propuesta. Ya desde su formulación, los autores reconocían la posibilidad de que las nuevas tecnologías generarán una primera fase de competencia, para posteriormente retornar “(…) a una nueva fase oligopolística dominada por la gran dimensión” (Cocco, G. y Vercellone Maldeojo, C. “Los paradigmas sociales del Posfordismo”. En:

viernes, 22 de febrero de 2008

Sobre la escuela evolucionista de la innovación

He aquí un texto de Cimoli donde se argumenta sobre las líneas fundamentales de la Escuela evolucionista de la innovación. También sobre la situación argentina al respecto. Está en sintonía con lo que leeremos en Vence, más adelante.
La seguimos.

La escuela evolucionista enfatiza el papel del cambio tecnológico en el cambio estructural el crecimiento. Según esta corriente las economías que son capaces de absorber nuevos paradigmas tecnológicos y de transformar su estructura de producción incrementando la participación de de sectores intensivos en Investigación y Desarrollo, tienen la posibilidad de converger con las economías más desarrolladas.

Las que no lo haces sufren una ampliación de la brecha que las separa de las economías más dinámicas y de mayor crecimiento del ingreso, así como una ampliación de las brechas internas entre sectores de diferente grado de modernidad.

“El desarrollo y la industrialización estar estrictamente ligados a la difusión internacional y extranacional de las técnicas superiores. En el caso de las economías en desarrollo, la industrialización es por lo tanto fuertemente asociada con la transferencia, imitación y adaptación de las tecnologías establecidas por las economías más avanzadas. La capacidad de adoptar y adaptar tecnologías son, a su vez, influenciadas por las capacidades específicas de cada economía.”

El evolucionismo enfatiza la importancia de la dimensión institucional del proceso productivo y de innovación tecnológica, es decir la forma en que las instituciones públicas y privadas, contribuyen a estimularlos o a trabarlos. Por eso utiliza el concepto de Sistema Nacional de Innovación, como una red coordinada de instituciones (organismos, reglas, idiosincrasias) que coordinan y promueven el desarrollo tecnológico y la creación de conocimientos.

Este trabajo muestra que entre 1970 y 2000, en las economías más dinámicas (países industrializados y de reciente industrialización) aumentó fuertemente la partcipación de las actividades intensivas en Investigación y Desarrollo en el valor agregado industrial. En América Latina el crecimiento fue débil y en Argentina CAYÓ. Según los indicadores utilizados, en los años setenta la participación de actividades intensivas en IyD en la Argentina estaba a la par de la de Brasil, Finlandia y Taiwán y por encima de la de Corea. En 2000 estaba muy por debajo y por debajo también del promedio latinoamericano.

Mario Cimoli, Marcio Holland, Gabriel Porcile, Analiza Primi, Sebastián Vergara. Growth, structural change and Technological Capabilities. Latin America in a Comparative Perspectiva. Aboratori of Economics and Management. Sant´Anna School of Advanced Studies. May 2006. http://www.lem.sssup.it

miércoles, 20 de febrero de 2008

Sin que sirva de precedente, comenzaremos el intercambio con el artículo que se publicará próximamente en la revista MADRI+D, en el que aparecen temas y conceptos que surgieron en las reuniones de los últimos cursos. Se trata del resultado de un trabajo colectivo.

En adelante espero que predominen las intervenciones de tipo coloquial.


Innovación en Europa y América Latina:
aprendizajes de ida y vuelta

Omar de León Naveiro
Universidad Complutense de Madrid


La travesía fundamental del conocimiento
no consiste en encontrar paisajes nuevos
sino en poseer nuevos ojos.


Marcel Proust

1. Introducción

A lo largo del siglo XX, el concepto de innovación y sus aplicaciones se han ido transformando. El recorrido va desde la primera definición, que hacía referencia a actuaciones concretas de los empresarios, pasando por la consideración de la empresa como agente innovador, hasta aquéllas que colocaban en el mercado las fuerzas inductoras de la invención e innovación empresariales. Con el surgimiento paulatino de un sistema productivo más descentralizado, apoyado en las pequeñas empresas y en los territorios, el interior de la empresa perdió importancia para explicar los factores que influyen en el surgimiento de innovaciones, y el entorno se convirtió en un elemento esencial del análisis. Sin abandonar el interés por los fenómenos intraempresariales, ahora la atención se presta primordialmente a los factores sistémicos que contribuyen a la creación de entornos innovadores. La pregunta relevante es por qué en unos territorios surge la innovación y se desarrolla la competitividad mientras en otros no ocurre lo mismo.

El conocimiento de los factores que facilitan la emergencia de procesos de innovación tiene una importancia especial para la economía del desarrollo. De la articulación de esos factores dependerá, en buena medida, el resultado del proceso económico. La complejidad de los sistemas territoriales y la diversidad de situaciones posibles impiden una formulación de instrumentos universales, más allá de ciertos criterios metodológicos, por lo que el éxito de las estrategias territoriales dependerá en gran medida de la capacidad de innovación sistémica de las sociedades implicadas. Por tanto, además de las capacidades innovadoras específicamente empresariales deben desarrollar otras de articulación sistémica, que abarcan dimensiones no sólo económicas, sino también políticas y culturales. La innovación tiene, pues, una dimensión social.

La llegada del paradigma de desarrollo territorial a muchas regiones de América Latina da la oportunidad de contrastar en casos muy dispares los instrumentos elaborados en los países desarrollados. Las sociedades latinoamericanas parten, en general, de situaciones más desfavorables, que están obligando a replantear las estrategias de imitación que se aplicaron inicialmente (de León, 2006) pero, al mismo tiempo, están dando lugar a experiencias innovadoras de enorme interés, tanto en el ámbito estrictamente empresarial como, sobre todo, en el ámbito sistémico/social. En éste artículo realizamos una revisión de algunas de esas experiencias, destacando sus aspectos innovadores y la oportunidad de aprendizaje que representan para las sociedades más desarrolladas, en la búsqueda de procesos económicos más dinámicos y participativos.[1]


  1. El difuso concepto de innovación.


En los últimos años, el término innovación se ha convertido en uno de los conceptos más relevantes para analizar, comprender y promover los procesos de desarrollo económico. Desde su formulación inicial por Schumpeter (1971 y 1968) el concepto fue evolucionando, tanto en su definición como en la identificación de los factores que explican su emergencia. Para este autor innovar era introducir nuevas combinaciones de medios productivos, ya sea un nuevo producto, un nuevo método de producción, apertura de un nuevo mercado, de una nueva fuente de aprovisionamiento, o la creación de una nueva organización (1971:77). Estas combinaciones eran las que provocaban la ruptura de la corriente circular de renta y bienes, dando lugar al crecimiento. En su primera formulación, de 1912, el artífice de la innovación era el empresario, sujeto central de proceso económico, mientras que en la obra de 1942 ya había despersonalizado a este sujeto, para reconocerlo en las empresas y sobre todo en las grandes corporaciones que dominaban la economía mundial. En esta propuesta hay dos aspectos que destacar. En primer lugar, la definición amplia de innovación, que abarca no sólo la dimensión tecnológica sino también la organizacional y los vínculos empresa-mercado. En segundo lugar el economista austriaco percibe la transformación producida en el origen del impulso innovador, que ya no era resultado de la vitalidad y creatividad del empresario, sino que se había convertido en una gestión más o menos burocratizada (y por tanto, muy formalizada) al interior de las grandes empresas.

Desde la controversia planteada por Schmoocler (1966), que atribuía a las fuerzas de la demanda la evolución de las invenciones y su uso industrial, el concepto de innovación se fue identificando crecientemente con la dimensión tecnológica, a tal punto que los dos términos quedaron vinculados tácitamente. Incluso autores neo-schumpeterianos, como Freeman (1975) o Nelson y Winter (1982) identifican la innovación con la dimensión tecnológica, al punto de usar como indicadores el número de trabajadores o el gasto en I+D. De esta forma, una gran parte de las innovaciones realizadas en ámbitos no tecnológicos, quedaban fuera de la visión de los investigadores y de los políticos. Justamente ése era el tipo de innovación que estaba más al alcance de las pequeñas y medianas empresas, que no cuentan con divisiones propias de I+D. Al mismo tiempo, el predominio de las grandes corporaciones y la estructura oligopólica de los mercados fue robusteciendo los departamentos de I+D en las empresas, de manera que innovar se fue convirtiendo paulatinamente en un requisito de la competitividad de la empresa y, por tanto, en una tarea continua y burocrática, perdiendo buena parte de su significado original.[2]

Las transformaciones productivas acaecidas desde la década de los ochenta (de León, 2004) dieron un mayor protagonismo a las pequeñas y medianas empresas y a los elementos del entorno que podrían influir en su competitividad. Así se fue consolidando el paradigma de desarrollo territorial, donde se presta mayor atención a los elementos sistémicos, que facilitan el surgimiento de innovaciones en las empresas que configuran el tejido productivo. En este contexto, la necesidad de conocer los procesos de innovación al interior de las empresas dio lugar a la creación de nuevos indicadores que reflejaran los recursos aplicados y dieran cuenta de aquellas situaciones características de las pyme’s; especialmente en la identificación de innovaciones no tecnológicas e incrementales (frente a las radicales).[3]

Una delimitación tan estricta del concepto de innovación conduce, de la misma manera que ocurrió con las grandes empresas, a la rutinización de las acciones encaminadas a conseguirla. La trascendencia de las variables implicadas para la competitividad de las empresas y del sistema productivo en que se inserta, está fuera de duda. Asimismo, su acotación para conseguir una medición fiable y comparable parece un requisito necesario. Sin embargo, la complejidad de las relaciones en que se desenvuelven las unidades productivas en los espacios territoriales da lugar a acciones innovadoras que escapan a las categorías establecidas por la norma. Para comprender los procesos mediante los cuales surge la innovación como una emergencia sistémica es necesario dar un paso atrás y detenerse en el entorno económico y el contexto social en que tienen lugar las actividades económicas. En la búsqueda de respuestas para la comprensión de los procesos empresariales y sociales que alimentan la innovación se acuñaron conceptos como milieu (Aydalot, 1986) o innovación social (Zurla, 1991).

Por eso, parece oportuno diferenciar entre aquellas innovaciones que se desenvuelven dentro del marco propuesto por el manual de Oslo, referencia generalizada para la articulación de políticas públicas (para nosotros innovaciones restringidas), de aquellas que son producto de la dinámica productiva o social y que trascienden las categorías convencionales (que llamaríamos innovaciones genuinas). Las primeras se encuentran predeterminadas por los estímulos institucionales, mientras que las segundas abarcan nuevos fenómenos. En el ámbito intrafirmas las innovaciones genuinas se derivan de la gestión de los recursos empresariales (o institucionales, en sentido más amplio), como el conocimiento (Nonaka y Takeuchi, 1999), la calidad (Deming, 1989), o un sistema de variables como la orientación al cliente, la calidad y la comunicación (Carballo, 2006), etc. En el ámbito territorial la innovación es un fenómeno emergente de la organización de los recursos y, en un sentido más amplio, del sistema social.[4] El análisis de las innovaciones territoriales genuinas constituye una fuente de enorme importancia para conocer mejor los factores y procesos que conducen al desarrollo económico y un enriquecimiento del acervo teórico que se está construyendo en torno al concepto de desarrollo territorial.[5] El acercamiento a algunas experiencias latinoamericanas nos deja interesantes enseñanzas en ese sentido.


3. Desarrollo territorial e innovación en América Latina


Mientras en Europa se consumaba la transformación del modelo de acumulación fordista en otro caracterizado por la descentralización de la producción, la segmentación de los mercados y el protagonismo de las redes de subcontratación (y por tanto de las pymes), América Latina de debatía en la grave crisis que venía azotando su economía desde los primeros años ochenta. El resultado de este proceso fue la desaparición del modelo de organización social que había caracterizado a la región desde los años cincuenta, basado en la industrialización, la participación del Estado como un agente dinámico en la acumulación de capital, la protección como estímulo para el desarrollo de empresas nacionales y la creación de un mercado interno de bienes industriales. Este es el contexto en que comienzan a llegar las primeras noticias del modelo de desarrollo que había madurado en Europa, basado en el territorio y no en el sector y el rendimiento de los factores productivos como el anterior.

El paradigma del desarrollo territorial es el destilado de un puñado de experiencias europeas en las que el desarrollo económico surge como resultado de una forma compleja de articulación de los recursos endógenos de una región (o municipio), en el contexto descrito de descentralización productiva y segmentación de los mercados. Desde la primera y ya clásica experiencia de Emilia Romagna se observó que las regiones que consigan identificar ciertos recursos y actividades en los que pudieran desarrollar ventajas competitivas dinámicas, formas de asociación de productores (redes), un sistema de intervención pública (ahora de los gobiernos regionales y/o locales) orientado a apuntalar la mejora competitiva de las empresas mediante políticas mesoeconómicas de tecnología, crédito, formación, información, servicios a empresas, infraestructuras, etc., y cierta forma de consenso político y social en el mantenimiento del proceso a largo plazo, estarían en condiciones de mejorar su competitividad, elevar su nivel de renta y mejorar el nivel de vida de sus habitantes.[6]

La caracterización del paradigma llegó a un grado tal de formalización que la metodología de actuación se puede encontrar en numerosos estudios y aun en manuales de desarrollo territorial.[7] La propia Unión Europea convirtió el modelo en tácita recomendación de política, recogida en sus requisitos de transferencia de fondos estructurales. De este modo, la receta del desarrollo territorial se aplica a regiones y municipios, independientemente de sus características específicas ya que la metodología de actuación es la misma. Este enfoque ha devenido entonces en una estrategia que podría calificarse de natural para el desarrollo de las regiones. Desde cualquier territorio, más allá de su acervo cultural y su nivel inicial de desarrollo, es posible (y deseable) inventariar sus recursos, analizar sus posibilidades de valorización, consensuar una respuesta estratégica y poner en marcha las políticas encaminadas a conseguir los objetivos propuestos. Por eso, la aproximación territorial constituye un avance sobre las estrategias anteriores basadas visiones sectoriales, en la rentabilidad de los factores y la competencia entre regiones por la localización empresarial.

Esta ductilidad del modelo posibilitó su llegada a América Latina, facilitada por la afluencia de especialistas europeos a la región y por la adopción y difusión ejercida desde instituciones como la Comisión Económica para América Latina y el Caribe de las Naciones Unidas (CEPAL), el Instituto Latinoamericano de Planificación Económica y Social (ILPES) y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Los nuevos instrumentos llegaban a sociedades necesitadas de respuestas después de dos décadas de crisis y representaron una nueva oportunidad para volver a pensar en el desarrollo como un proceso a construir, donde los actores sociales y las políticas poseen las claves. En los primeros años del siglo el clima político comenzó a ser propicio para pensar en un nuevo proyecto de sociedad sobre la base de la valorización del territorio, la descentralización y las líneas fundamentales del paradigma de desarrollo territorial. Después de las primeras experiencias cabe preguntarse por la viabilidad de los instrumentos y estrategias utilizadas en escenarios tan distintos de los europeos y tan diferentes entre sí. Elementos esenciales en el modelo propuesto, tales como la disponibilidad de recursos, el nivel de acumulación, las tecnologías disponibles, el acceso a la financiación, el acervo de conocimientos, la vinculación con los mercados externos, el desarrollo institucional y la cultura política, presentaban en las regiones latinoamericanas enormes diferencias respecto de las europeas (de León, 2006). Por tanto, se hace necesaria una revisión de las actuaciones a partir de las características de las sociedades de destino, que deben construir sus instrumentos de desarrollo, conociendo los disponibles, pero ajustándolos a sus propias situaciones.

Al mismo tiempo se han producido en la región algunas experiencias que constituyen avances inestimables en ese sentido. La prolongación de la crisis, con su secuela de desempleo y marginación fue simultánea con la consolidación de los regímenes democráticos y el afianzamiento de las libertades públicas, de forma tal que ambos hechos facilitaron la movilización social en busca de mejores condiciones económicas (Alburquerque, 2004). En muchos casos, esa movilización social por la construcción de una estrategia de desarrollo incluyó la creación de instituciones nuevas, afines con los nuevos procesos. Aún antes de la llegada de la perspectiva del desarrollo territorial, las sociedades latinoamericanas dieron muestra de una notable capacidad de innovación (de la que aquí llamamos genuina). Los intermitentes espacios democráticos que se abrieron en los últimos decenios facilitaron la aparición de estrategias de desarrollo institucional originales, como es el caso de Villa El Salvador, distrito municipal de Lima donde en 1971 se creó una estructura autogestionaria, de manera paralela a la institucionalidad constitucional, pero que era asumida por las autoridades electas (de León, 1995).[8] Otra experiencia innovadora en el ámbito del gobierno local y la participación es la del municipio de Porto Alegre, en Brasil. Ampliamente conocido por la implantación pionera de presupuestos participativos, el municipio, de 1,5 millones de habitantes, cuenta con un desarrollado sistema de apoyo a la innovación mediante una Agencia Municipal de Fomento, parque industrial, incubadoras tecnológicas e institutos de crédito especializados desde 1989.[9]

En otros casos fueron regiones enteras las que emprendieron procesos de transformación social y económica. Ese es el caso de Antioquia, departamento de Colombia con 5,5 millones de habitantes y un área metropolitana (Medellín) de 3 millones, donde a partir de antecedentes de análisis prospectivos que se remontan a 1985, se elaboraron agendas subregionales con el apoyo de 42 instituciones, hasta desembocar en el Plan Estratégico de 1998, sobre los principios de participación e inclusión social. También fue pionero en estos aspectos el departamento de Cajamarca, en Perú. Las acciones innovadoras surgieron en el municipio del mismo nombre, de unos 110000 habitantes, para irradiarse al conjunto de la provincia. El instrumento central del proceso fue la Mesa de Concertación (1993), seis espacios temáticos de comunicación integrados por ONG, empresas, universidad, organizaciones sociales y la Administración. Estos espacios se fueron institucionalizando progresivamente desde la Alcaldía para darles continuidad y estabilidad ante cambios políticos, culminando en la constitución de un Consejo Multisectorial (1999) y en la posterior formulación del Plan Maestro de Desarrollo Regional Cajamarca 2010, basado en la metodología de planificación participativa (Llorens J. L., Alburquerque, F. y Castillo, J., 2002).[10]

Hay que resaltar que las iniciativas mencionadas surgieron de la participación social mediante instrumentos no contemplados por la institucionalidad vigente y que se fueron convirtiendo en instituciones a medida que maduraban y demostraban su eficacia. En ese sentido se trataba de innovaciones genuinas nacidas en el medio en que se aplicaron para dar respuesta a problemas concretos.

Desde el comienzo del siglo, la llegada de los nuevos instrumentos de desarrollo contrastados en los países desarrollados multiplicó las experiencias en distintos niveles territoriales. Los pormenores de las estrategias basadas en el territorio, el desarrollo endógeno, la creación de sistemas locales de innovación, los clusters, los parques industriales, las redes de empresas, etc. penetraron en el lenguaje de los economistas y políticos de la región y prácticamente en todos los países el nuevo paradigma se convirtió en un referente teórico y metodológico importante a la hora de poner en marcha políticas de desarrollo.[11] Con mayor o menor grado de dispersión y diferencias notables entre países y regiones, las instituciones oficiales van asumiendo esta estrategia y arbitran políticas, perfilando distintos modelos de intervención. En las líneas que siguen reseñaremos dos casos que destacan como políticas integrales, es decir que presentan alcances de nivel nacional y abordan muchos de los aspectos relacionados con la organización productiva territorial.


a) La experiencia de Chile Emprende. Esta iniciativa surgió en 2001 impulsada por tres instituciones relacionadas con el fomento productivo: el Fondo de Solidaridad en Inversión Social (FOSIS), el Servicio de Cooperación Técnica (SERCOTEC) y la Red de Cooperación Institucional para el Desarrollo Rural (PRORURAL), como estrategia de intervención conjunta para promover acciones de desarrollo con un enfoque territorial, mediante la identificación de oportunidades de negocio y apoyo a las micro y pequeñas empresas. En su accionar ha ido consolidando una forma de comunicación y concertación entre productores y administradores públicos que reforzó algunos elementos intangibles muy importantes para la conformación de redes territoriales de innovación, tales como la negociación de objetivos, las relaciones horizontales entre actores sociales, el valor de la participación y la responsabilidad al asumir los compromisos pactados, la confianza recíproca entre actores públicos y privados, la cesión de facultades resolutivas a favor de decisiones colectivas consensuadas, etc.[12]

Los resultados obtenidos mediante estas formas de trabajo y la fuerza que tomaron las estrategias territoriales en la promoción del desarrollo convirtieron a Chile Emprende en un programa público de alcance nacional y recursos directos del Presupuesto del Sector Público, en 2004. Por entonces se integraron nuevas instituciones que le dieron un carácter todavía más amplio y ambicioso, tales como el Instituto Nacional de Desarrollo Agropecuario (INDAP), el Servicio Nacional de Capacitación y Empleo (SENCE), la División de Desarrollo Regional de la Secretaría de Desarrollo Regional y Administrativo (SUBDERE) y la Gerencia de Fomento de la Corporación de Fomento (CORFO).

En 2007 están incluidos en el proyecto 27 territorios subregionales, 139 comunas y 10000 micro y pequeñas empresas (MPE). La organización territorial está basada en los Consejos Público Privados, en los que participan empresarios, alcaldes (municipios) y directores regionales de los entes de servicios públicos involucrados. Allí se adoptan los llamados Acuerdos Ciudadanos de Desarrollo Territorial, pactos establecidos de forma voluntaria y vinculante por los participantes en torno a un plan de desarrollo común. Este plan incluye oportunidades de negocio presentes y potenciales, identificando las fortalezas del territorio y arbitrando los medios para aprovecharlas. Tales líneas de actuación pueden orientarse a transformar a las micro y pequeñas empresas del territorio en oferentes de productos y servicios competitivos, aprovechar recursos turísticos, mejorar la comercialización de productos regionales, eslabonar productos de la pequeña y mediana agricultura con las agroindustrias, consolidar la innovación agrícola y ganadera para expandir la comercialización de productos con impronta propia, etc.

La experiencia de Chile Emprende tiene un valor extraordinario como esfuerzo por articular un sistema de creación de entornos innovadores en el nivel subregional, desde una perspectiva de desarrollo territorial. En un país de tradición centralista como Chile constituye una apuesta por llevar a los territorios cierta capacidad de decisión. Sin embargo, una característica notable del modelo es la fuerte ligazón que vincula a los decisores regionales con los nacionales, representados por los organismos gubernamentales participantes. Asimismo, en el nivel regional, el protagonismo de empresarios y administradores deja fuera otras instancias sociales, que darían a la concertación un carácter más participativo. Es posible que, con el desarrollo institucional de las regiones los Consejos se vayan abriendo a la participación social y la estructura del programa se haga más flexible. Otro paso importante en la conformación de los sistemas territoriales de innovación en Chile es la reciente creación de las Agencias Regionales de Desarrollo Productivo, cuyas principales funciones son la gestión y el seguimiento de la Agenda Regional de Desarrollo y la coordinación territorial de la oferta de fomento productivo, innovación y apoyo al emprendimiento.


b) El modelo SEBRAE/Arranjos Produtivos Locais (APL). Brasil es un país que presenta una densa trama productiva y una organización administrativa muy descentralizada. Su gran dimensión territorial constituye, al mismo tiempo, una fuente inagotable de experiencias productivas y un reto para la Administración que pretenda emprender acciones de promoción del desarrollo sin contrarrestar las iniciativas que surgen desde la sociedad, con características específicas y muy diferenciadas en localización, actividades, grados de formalización, niveles tecnológicos, de conocimientos, etc. El Servicio Brasileño de Apoyo a las Micro y Pequeñas Empresas (SEBRAE) surgió en 1972, en el seno del Ministerio de Planeamiento, con la participación de varias entidades financieras (Banco Nacional de Desarrollo Económico-BNDE, Asociación de Bancos de Desarrollo-ABDE y Financiadora de Estudios y Proyectos-Finde). Desde el comienzo estableció acuerdos con entidades de los distintos estados, como estrategia de difusión de sus acciones y acercamiento a los productores. Sus actividades se orientaban a la formación de consultores para las micro, pequeñas y medianas empresas (MPME), asesoramiento tecnológico, financiero y de mercado. Desde la década de 1980 viene realizando diagnósticos a partir de una perspectiva sectorial, como base de la implantación de políticas de apoyo por parte de los distintos estados. De esa época son también los primeros programas de desarrollo regional. En 1990 se conviertió en una entidad privada de interés público.[13]

En la actualidad, el nivel de descentralización de la institución es muy elevado, contando con agencias en los 27 estados y 750 puntos de atención a los productores. Su foco de actuación continúa siendo las micro y pequeñas empresas, a las que atiende facilitándoles el acceso a la formación, consultoría, publicaciones, eventos relacionados con sus actividades, tecnologías, etc. En general, mantiene la línea estratégica de incorporar conocimiento a la producción, como forma de mejorar la competitividad de los emprendimientos y, en definitiva los niveles de vida de los productores.

Hasta aquí hablamos de una organización que nació del Estado y progresivamente se fue descentralizando para cumplir mejor su cometido. Uno de los aspectos más innovadores de la experiencia del SEBRAE se refiere a la respuesta ante la dificultad de aprehender la diversidad de casos que se presentan en un escenario tan complejo como el brasileño. En cada estado estaba surgiendo una pléyade de experiencias formales e informales, que constituían los segmentos más dinámicos de la economía brasileña. Esos casos requieren políticas y acciones concretas de apoyo a partir de sus características, más allá de los instrumentos universales conocidos. Por tanto, el acercamiento a la realidad productiva de cada región es un requisito previo a la formulación de políticas de fomento.

Desde la Universidad Federal de Rio de Janeiro (UFRJ) se venía desarrollando un programa de investigación convergente con ese objetivo. A partir de la identificación y análisis de casos en los distintos estados se construyó la definición de Arranjos Produtivos Locais (APL), aglomeraciones territoriales de agentes económicos, políticos y sociales que presentan vínculos incipientes. Generalmente se trata de empresas dedicadas a un conjunto específico de actividades, que muestran diversos tipos de interacción, y de otras instituciones públicas y/o privadas que actúan en el ámbito de la formación, investigación, ingeniería, promoción, financiamiento y política. El valor y oportunidad de esta aproximación inductiva al fenómeno del desarrollo territorial la convierte en un elemento esencial para el conocimiento de las características que está tomando el proceso de desarrollo en Brasil y una base imprescindible para la formulación de políticas ad hoc. En 1997 se constituyó RedeSist una red de investigadores y grupos de investigación que se localizan en los diferentes estados y actualizan el conocimiento sobre las experiencias productivas que se llevan a cabo en los mismos.[14] Un acuerdo entre SEBRAE y RedeSist, realizado en 2002 ha permitido desarrollar el sistema de información sobre arranjos productivos locais, lo que constituye una excepcional complementación entre conocimiento y políticas.[15]

Dada las características (históricas y estructurales) de la economía brasileña los emprendimientos sobre los que aplicar estrategias y políticas de desarrollo son muy dispares. Abundan experiencias realizadas por micro productores que usan tecnologías obsoletas para acometer sus actividades, que son en realidad estrategias de supervivencia (la que denominamos economía informal). También encontramos experiencias más ambiciosas protagonizadas por grupos de productores que se vinculan entre sí para mejorar las condiciones de realización de sus actividades y que, frecuentemente, desarrollan una institucionalidad específica para ello (asociaciones, cooperativas, redes, grupos de trabajo, etc.) directamente como actores económicos o en interacción con las autoridades locales, otras instituciones oficiales y organizaciones no-gubernamentales. En Brasil estamos asistiendo a una verdadera proliferación de este tipo de actividades, que conforman un magma productivo de gran potencial.[16] Por eso, el vínculo SEBRAE/RedeSist, constituye una estrategia innovadora de complementación para el diseño de instrumentos de promoción que tengan en cuenta los avances realizados desde abajo, por los actores sociales.

En el conjunto de América Latina, la situación y los problemas asociados a la promoción del desarrollo no son muy distintos. Pretender encasillar a los actores económicos dentro de estrategias e instrumentos importados desde otras latitudes puede empobrecer las experiencias propias, asentadas en los parámetros que definen las sociedades locales e incluso frustrarlas. En cambio, potenciar los instrumentos que se derivan de la propia experiencia o, en su caso, diseñarlos como proyección de los avances realizados, parece un requisito esencial del desarrollo territorial. El esfuerzo que se está realizando en este sentido contribuirá a consolidar modelos de desarrollo más viables y, acaso más centrados en los valores característicos de las sociedades latinoamericanas.

Los casos reseñados constituyen ejemplos de innovaciones genuinas que se inscriben en el ámbito de la organización del desarrollo territorial. De la misma manera que ocurriera en los años cincuenta con los estudios del desarrollo, las economías latinoamericanas están ofreciendo un espacio inagotable de aplicación e investigación, ahora basado en otro paradigma productivo. Como entonces la creatividad de sus sociedades y la capacidad de sus grupos de investigación están contribuyendo al mejor conocimiento de la dinámica del desarrollo económico. Conocimiento que puede ser aprovechado en los países desarrollados para mejorar la calidad de sus propios itinerarios de evolución económica.


4. Aprendizajes desde el mundo desarrollado


Las habilidades inherentes a las innovaciones restringidas se transmiten mediante procesos lineales de aprendizaje, ricos en contenidos explícitos y específicos. En realidad buscan transmitir los comportamientos más o menos estandarizados que dieron lugar a resultados satisfactorios en las experiencias conocidas. Así se transmiten conocimientos relacionados con la gestión empresarial, el uso de tecnologías, la interpretación de las situaciones de mercado en que se desenvuelve la empresa, etc. La innovación genuina surge como un fenómeno emergente del comportamiento de los actores, producto de una síntesis entre sus condiciones estructurales específicas y su cultura (valores y conocimientos con que las enfrentan). Por tanto, su transformación no constituye un proceso sencillo de aprendizaje de contenidos, sino que se produce en espacios adecuados, como una emergencia de la interacción de los actores. En este sentido puede decirse que la innovación genuina (aquella que es capaz de mejorar de manera adecuada a la situación concreta las condiciones de producción y de vida) es una emergencia social. De ahí que la formación destinada a crear esos espacios sociales de innovación deba centrarse en métodos antes que en contenidos, proponiendo sistemas fluidos de comunicación entre los participantes de manera tal que sus respuestas a los problemas vayan conduciéndolos hacia soluciones innovadoras. Las innovaciones genuinas son una condición del desarrollo ya que éste resulta de la forma peculiar en que cada sociedad emprende el camino de la mejora de sus condiciones de vida. Este camino es distinto en cada caso.

El modelo de desarrollo que se va perfilando en América Latina tiene como punto de partida las experiencias protagonizadas por los actores económicos, sean estas de tipo formal o informal; experiencias emprendidas para atender a sus necesidades económicas y/o políticas. Cuanto menor es el grado de formalidad de las actividades, más deficitario su desempeño económico (nivel tecnológico, productividades, competitividad, etc.) y mayor las carencias de conocimiento de que adolecen. En los emprendimientos territoriales más incipientes quizás se disponga solamente de la dimensión de valores socioculturales para llevar a cabo la actividad, careciendo de un bagaje de conocimientos tácitos y sobre todo explícitos, indispensables para el desarrollo del proyecto. Sin embargo, esos valores, tales como la cohesión, el sentimiento de pertenencia, la participación, la valorización del trabajo manual (laboriosidad), la honestidad, etc. son la amalgama básica del proceso de desarrollo y su aprovechamiento, parte esencial de una estrategia de fomento adecuada. En palabras de Sergio Boisier (2006: 107): “El esquivo desarrollo, en una visón `hirchmaniana´, parece depender más de los recursos morales de una sociedad y de su articulación, que de la existencia de cada uno de ellos en particular, o de sus recursos materiales”

Quienes tienen una visión más panorámica del proceso de desarrollo (investigadores, consultores y políticos), tienen el reto de aceptar muchos de los instrumentos utilizados por los actores, aceptar su institucionalidad o adaptar las instituciones oficiales a sus necesidades. Por ello han de crear los espacios de comunicación y negociación oportunos para trabajar con los grupos implicados. El conocimiento no se transmite desde arriba hacia abajo, sino que surge a partir de las experiencias y los instrumentos que aportan todos los que participan del proceso, en espacios de comunicación específicos (talleres, redes, foros, etc.). Espacios eminentemente grupales. En estos espacios se destilan las respuestas organizacionales (sistémicas), como resultado de la síntesis del trabajo colectivo.

Los individuos aportan al proceso sus valores (cultura) y conocimientos (ámbito de la competencia profesional), así como sus experiencias, también fuente de aprendizaje concreto sobre su realidad. Estos elementos son la materia de trabajo en los espacios de comunicación que tienen, por definición, una dimensión grupal, ya sea ésta concretada en reuniones, redes de trabajo, foros o, preferentemente, combinaciones de estos instrumentos. Allí es donde surge el conocimiento pertinente para la creación de las estructuras y definición de acciones necesarias para avanzar en el proceso. También es una instancia de seguimiento, evaluación y reorientación.[17] Finalmente, como resultado de este trabajo, el plano sistémico, donde se concretan las acciones en instituciones que llevan a cabo el proceso. Allí es donde se materializan las innovaciones institucionales que hacen peculiar cada sistema.

Si bien las innovaciones se manifiestan en el plano organizacional (sistémico), el núcleo del método se encuentra allí donde se produce conocimiento, es decir en las instancias grupales. Por tanto, la inclusión en este nivel de todos los actores implicados es un factor que diferencia cualitativamente unos procesos de otros. Este es, en realidad, un espacio de comunicación y aprendizaje colectivo, en el que todos los participantes se hacen conscientes de la complejidad del proceso se ponen en posición de crear instrumentos útiles y viables. Su consolidación puede ser difícil por razones políticas y culturales, pero el resultado merece el esfuerzo.

Las experiencias latinoamericanas no sólo nos enseñan que un mismo paradigma de desarrollo puede abordarse desde distintas estrategias e instrumentos, sino que necesariamente debe así. Asimismo que las sociedades poseen en sus culturas valores, tradiciones y prácticas participativas que les permiten afrontar sus problemas de manera activa e innovadora. Y que las estrategias de desarrollo económico deben ser construidas desde esas experiencias para convertirse en respuestas adecuadas. En esa búsqueda de sintonía entre los requerimientos de modelo productivo vigente y las capacidades demostradas por la sociedad es donde surgen las innovaciones más relevantes. Por tanto, atender los procesos sociales que hacen posible la emergencia de innovaciones genuinas es una forma de hacer más democráticos y participativos los espacios de producción y convivencia en nuestras sociedades. Es mejorar la calidad de nuestro desarrollo.

En Europa, y en España en particular, las estrategias territoriales de desarrollo se han difundido ampliamente tanto en el ámbito regional como municipal. La descentralización administrativa y las políticas de fomento impulsadas desde la Unión Europea han revalorizado la dimensión territorial y fueron poniendo a disposición de los actores económicos un conjunto de instrumentos con los que se diseñan los sistemas de innovación y desarrollo en cada caso (Alonso y Méndez, 2000). Han proliferado incubadoras de empresas, agencias de desarrollo, institutos tecnológicos, etc. como herramientas eficaces en las que se iban encuadrando las respuestas de las empresas en particular y la sociedad en general. Los resultados fueron dispares, pero satisfactorios, teniendo en cuenta el nivel de desarrollo en que se llevaron a cabo estas experiencias. Sin embargo, esta verticalidad en las políticas empleadas soslaya la capacidad de los actores para responder a los retos de su cotidianeidad, y mantiene a los diseñadores de políticas alejados de los fenómenos sociales concretos, donde se manifiestan las acciones innovadoras que pueden tener trascendencia en el futuro. [18]

Una mayor atención a los procesos sociales y económicos emergentes y su inclusión en estrategias participativas de organización podría trascender en la materialización de sistemas de innovación social que mejoren la calidad del desarrollo. Este tipo de estrategias tiene especial interés a medida que la sociedad de va haciendo más compleja, con aportaciones de diversas culturas y conocimientos. La comprensión y articulación de los emprendimientos de base, en sus múltiples manifestaciones, a través de espacios grupales como los señalados en el esquema anterior, no sólo darían lugar a innovaciones sistémicas respecto de la organización económica, sino que serían también una vía excelente de integración social. En éste ámbito las sociedades pueden aprovechar las experiencias latinoamericanas para construir un proceso de desarrollo más participativo y cualitativamente mejorado.



Bibliografía


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[1]. Muchas de las ideas que se expresan en este texto surgieron en el las reuniones del curso de doctorado “Innovación y desarrollo: teorías y experiencias en Europa y América Latina”, a lo largo de las últimas ediciones, especialmente, en la de 2006-07. Por tanto, son resultado de las aportaciones de todos los que participamos en ese espacio de trabajo. Sin embargo, la responsabilidad de su deficiente plasmación corre exclusivamente a cargo del autor.

[2]. Mientras que, para Schumpeter, una característica esencial del proceso de innovación era su discontinuidad. Para un seguimiento de la discusión sobre el debate teórico en torno al concepto de innovación véase Vence Deza, X. (1995).

[3]. Con el fin de homogeneizar las mediciones la OCDE elabora en 1992 el Manual de Oslo, que establece variables y metodologías para la medición de la innovación empresarial. Allí se consideran innovaciones las siguientes acciones: I+D; diseño industrial; adquisición y modificación de máquinas y herramientas de producción, procedimientos de producción y control de calidad, métodos y normas indispensables para la fabricación de un nuevo producto o proceso; lanzamiento de fabricación (modificación de productos o procesos, reciclaje del personal y fabricación experimental); comercialización de nuevos productos; adquisición de tecnologías inmateriales y materiales. Se consideran innovaciones no tecnológicas los cambios en la estrategia corporativa, en la estructura organizativa, en los conceptos o estrategias de marketing y los estéticos o de diseño, así como la introducción de técnicas de gestión avanzadas

[4] . Por ejemplo, no consideramos una innovación genuina el mero gasto de recursos en formación (en el ámbito empresarial) ni la creación de una agencia de desarrollo (en el ámbito sistémico-territorial).

[5]. En la teorización original se formularon conceptos tales como distrito industrial, industrialización difusa, desarrollo territorial, sistemas locales de innovación, desarrollo endógeno, redes productivas, clusters, etc., que son hoy las formas usuales de aproximación a los fenómenos territoriales para conocerlos, comprenderlos y actuar sobre ellos.

[6]. Sobre estas pautas básicas se encontraron experiencias que reproducían en parte el caso de la llamada Tercera Italia en la cercana región del Véneto, en Baden, (Alemania), Jutlandia (Dinamarca), la Comunidad Valenciana (España), Lyon (Francia), etc. Véase Mas y Cubel, 1997.

[7]. Véase, por ejemplo Vázquez Barquero (2000).

[8]. La Comunidad Urbana Autogestionaria de Villa El Salvador (CUAVES) es un órgano de gobierno formado por tres niveles: 1) el Comité de Desarrollo Socio-Económico de Manzana, 2) el Grupo Residencial y 3) la Asamblea General de Delegados de todo Villa El Salvador. Es decir que aborda tareas en todos los ámbitos de gobierno local, incluida la promoción económica. Villa el Salvador cuenta con un parque industrial en el que se facilita la localización y desarrollo de las empresas del distrito (generalmente micro y pequeñas empresas). Véase www.cclves.org

[11]. Esta recepción del paradigma de desarrollo territorial coincidió con el agotamiento de las propuestas neoliberales y el cambio de ciclo político en la región. Por tanto, los agentes sociales en general y las administraciones en particular encontraron en estas teorías instrumentos útiles para llenar de contenido las nuevas políticas.

[12]. Para una descripción más pormenorizada de este proceso, véanse Calderón Azócar, 2006 y Lanzarotti Melnik, 2006. También puede consultarse www.chilemprende.cl

[16]. Así lo corroboran los resultados de las Ferias de Desarrollo Local, que se realizan anualmente en diversos estados del país. Allí concurren cientos de experiencias de diverso tipo, que conforman una casuística de gran valor para la interpretación de la realidad económica y el diseño de estrategias y políticas de intervención.

[17]. Sobre el papel de los grupos en los procesos de innovación y las metodologías que se pueden adoptar al respecto véase Carballo, 2006.

[18]. Una buena muestra de estas capacidades se pone de manifiesto con la importancia que está cobrando en las sociedades europeas el llamado Tercer Sector, o los emprendimientos de economía alternativa (productos biológicos, movimiento cooperativo, economía autogestionaria, etc.).